En más de una ocasión se han oído voces en Washington y en Bruselas, dirigidas solapadamente a Moscú, en el sentido de un posible ingreso de Rusia en la OTAN y en la Unión Europea.
Un ingreso de Rusia en la OTAN supondría una reforma radical de sus estatutos y de su misión. No olvidemos que la OTAN (NATO) fue creada como alianza del Atlántico Norte para disuasión frente a Rusia en la Guerra Fría. Al acabar ésta, la alianza atlántica se quedó casi sin sentido, habiéndolo hallado en ser una especie de policía mundial en los países con conflictos bélicos (los Balcanes, Líbano, Afganistán). Por supuesto, con Rusia como miembro de la alianza, la OTAN cobraría un especial peso principalmente ante el convulso mundo musulmán, que afecta también muy directamente a Rusia por las repúblicas soviéticas de credo coránico (Chechenia).
El ingreso de Rusia en la Unión Europea significaría un terremoto. El peso de Rusia es demasiado grande para ser asimilado de golpe y porrazo. Harían falta diversas fases, para evitar que se conviertan en microscópicas muchas naciones ya miembros de la UE. Francia e Inglaterra (dos potencias medianas) seguirían su peculiar curso. Pero España no está preparada para el impacto del meteorito moscovita en la Unión. Podría convertirse en nación industrializada marginal. Serían precisos nuevas reformas y recortes que nuestro país no podría asumir. Alemania, de momento, seguiría siendo el motor de la UE, sin embargo, tendría que aumentar el número de caballos (PS), traducido en euros. ¿Estaría dispuesta Alemania a pagar más? Pero la República Federal de Alemania no podría oponerse al pacto con el gigante ruso (energía, gas). La cuestión rusa sigue flotando en el aire.
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