sábado, 26 de febrero de 2011

Tema de hoy: Miedo y ansiedad



Son dos conceptos entrelazados, con matices muy finos, que, estudiados profundamente, establecen algunas importantes diferencias para el (la) psiquiatra y el (la) psicólogo. Algunos tratadistas distinguen entre miedo y ansiedad, apuntando que se siente miedo racional ante un peligro concreto: viajar en un avión averiado, verse confrontado con un león escapado de un circo, y, mucho más corriente, encontrarse con el jefe después de haber suministrado un trabajo defectuoso. Miedo y ansiedad (también existe el temor, más suave y anticipatorio) tienen la misma etiología: ante un peligro (real o supuesto), el cerebro cursa una orden a una glándula renal, que inyecta en la sangre una cantidad de adrenalina, que varía según la “importancia” del peligro. La adrenalina nos impulsa a diversas reacciones, siendo los más corrientes el impulso a huir o el de hacer frente al peligro. Pasado el peligro, la adrenalina recupera su nivel normal. En la ansiedad, que suele ser irracional, aunque está entremezclada con el miedo racional, los efectos son persistentes e incluso, según el grado de estrés, pueden escalar a una situación de pánico, con síntomas psicosomáticos (sofocos, taquicardia, mareos, sensación de perder el sentido, sudoración, etc.).

El miedo es un importante motor en nuestra vida, aunque seamos valientes. Sin el miedo, muchos caerían en peligros reales. El miedo está en la base de las relaciones humanas y sin la existencia del miedo no sería posible la disciplina, no sólo en la vida civil, sino en la militar. El miedo a quedarse solo cohesiona a la pareja, y aunque parezca bizantino, el miedo hace posible la existencia de la sociedad. El miedo es un factor tan importante en la vida humana, que todas las religiones lo utilizan y fomentan para conservar a sus fieles, que tienen miedo a la perdición, a no alcanzar el cielo, la gloria, la vida eterna. En personas sensibles, este miedo puede también convertirse en ansiedad y en diversas patologías psíquicas. Los católicos tienen la institución de la confesión. En tiempos ya afortunadamente pasados, el sacerdote sustituía al psiquiatra o al psicólogo – que tampoco estaban tan bien preparados como en nuestros días. En la mayoría de los casos sin malévola intención, el sacerdote con sus equivocados consejos o reprimendas espirituales, angustiaba todavía más a la persona que se confesaba, que, en algunos casos, llegaba incluso por mor de su fe a quitarse la vida.

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