“Todos los caminos llevan a Roma” (“Omnes Viae Romam Ducunt”). = El dicho popular se refiere en sentido figurado a que distintos puntos de vista u opiniones pueden al final conducir a una misma conclusión o que, tomes el camino que tomes, siempre llegarás al mismo fin. Su origen histórico es, sin embargo, bien distinto:
En la Antigüedad, los romanos construían sus vías y calzadas a partir de Roma, cabeza y corazón del Imperio. La primera vía según las crónicas fue la Via Appia entre Roma y Capua. Fue mandada construir el 312 a. C. por el censor y magistrado Appio Claudio y, todavía hoy existen vestigios importantes de ella entre Roma y Ostia. Por aquel entonces eran una especie de caminos vecinales que comunicaban las diversas poblaciones dentro de la provincia Latium. Después, con miras al futuro, fueron pensadas para uso militar, para que el Hegemón conquistase territorios y extendiese su poder y su cultura por todo el mundo conocido. Y así, poco a poco, se fueron convirtiendo en una auténtica red, que sería la más importante herramienta de Roma para su expansión comercial, política y cultural. Las calzadas romanas se podrían pues comparar a nuestra actual red de carreteras, ya que abarcaban todo el Imperio Romano. Sin ellas hubiese sido imposible el desplazamiento de tropas y mercancías por todas las tierras donde los romanos pusieron en su día la sandalia. En el llamado “Itinerario de Antonino”, una obra de autor anónimo que data del año 280, se nombran 372 vías y calzadas que unían Roma con los puntos más recónditos del Imperio, de las cuales 34, con una longitud total de 10.300 Km. (y que llegarían a alcanzar los 20.000 Km) se encontraban en Hispania. La más larga e importante de ellas fue, sin duda, la llamada “Ruta de la Plata” que discurría entre Augusta Emerita (Mérida) y Asturica Augusta (Astorga) y de la que todavía hoy existen numerosos vestigios. En su época de mayor apogeo, la red viaria entre Roma y sus provincias alcanzó a tener 100.000 Km. Su importancia económica fue creciendo y facilitó enormemente el comercio entre los distintos puntos del Imperio, desplazando en parte a las tradicionales naves que se habían utilizado hasta entonces para el tráfico de mercancías (vino, aceite, cereales, cerámica, etc.) entre Roma y sus posesiones extraterritoriales. Lo que los romanos no podían sospechar es que la eficiencia en el trazado de su red vial iba a significar también el final de su hegemonía. Fue precisamente la buena conexión entre los diversos puntos del Imperio lo que facilitaría las sucesivas invasiones por parte de los llamados “pueblos bárbaros”del Este y provocaría en el siglo V la caída del Imperio Romano.
En la Antigüedad, los romanos construían sus vías y calzadas a partir de Roma, cabeza y corazón del Imperio. La primera vía según las crónicas fue la Via Appia entre Roma y Capua. Fue mandada construir el 312 a. C. por el censor y magistrado Appio Claudio y, todavía hoy existen vestigios importantes de ella entre Roma y Ostia. Por aquel entonces eran una especie de caminos vecinales que comunicaban las diversas poblaciones dentro de la provincia Latium. Después, con miras al futuro, fueron pensadas para uso militar, para que el Hegemón conquistase territorios y extendiese su poder y su cultura por todo el mundo conocido. Y así, poco a poco, se fueron convirtiendo en una auténtica red, que sería la más importante herramienta de Roma para su expansión comercial, política y cultural. Las calzadas romanas se podrían pues comparar a nuestra actual red de carreteras, ya que abarcaban todo el Imperio Romano. Sin ellas hubiese sido imposible el desplazamiento de tropas y mercancías por todas las tierras donde los romanos pusieron en su día la sandalia. En el llamado “Itinerario de Antonino”, una obra de autor anónimo que data del año 280, se nombran 372 vías y calzadas que unían Roma con los puntos más recónditos del Imperio, de las cuales 34, con una longitud total de 10.300 Km. (y que llegarían a alcanzar los 20.000 Km) se encontraban en Hispania. La más larga e importante de ellas fue, sin duda, la llamada “Ruta de la Plata” que discurría entre Augusta Emerita (Mérida) y Asturica Augusta (Astorga) y de la que todavía hoy existen numerosos vestigios. En su época de mayor apogeo, la red viaria entre Roma y sus provincias alcanzó a tener 100.000 Km. Su importancia económica fue creciendo y facilitó enormemente el comercio entre los distintos puntos del Imperio, desplazando en parte a las tradicionales naves que se habían utilizado hasta entonces para el tráfico de mercancías (vino, aceite, cereales, cerámica, etc.) entre Roma y sus posesiones extraterritoriales. Lo que los romanos no podían sospechar es que la eficiencia en el trazado de su red vial iba a significar también el final de su hegemonía. Fue precisamente la buena conexión entre los diversos puntos del Imperio lo que facilitaría las sucesivas invasiones por parte de los llamados “pueblos bárbaros”del Este y provocaría en el siglo V la caída del Imperio Romano.
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