De un tiempo a esta parte se ha extendido por España la costumbre juvenil llamada “El Botellón”. Consiste esta costumbre en convocarse mediante SMS en un lugar determinado (una plaza o una calle apropiada) para celebrar allí una monumental orgía a base de alcohol y drogas. Es inútil que los vecinos afectados protesten a las autoridades aduciendo que los jóvenes, con su juerga, no les dejan conciliar el sueño. Por la mañana, los vecinos se ven además confrontados con los “residuos” de la fiesta: vomitonas, meadas, vidrios de botellas rotas y algunos preservativos entre otras inmundicias.
Algunos confunden libertad con libertinaje. Esperemos que estos jóvenes, cuando lleguen a la madurez, hayan olvidado sus juergas juveniles. De ellos depende el futuro. Pero no son sólo los jóvenes españoles, también la juventud allende los Pirineos se comporta de similar manera. Los de mi generación observamos el fenómeno social con una mezcla de reprobación y envidia. Vivíamos bajo una dictadura política y religiosa (como en Irán) que no nos dejaba el menor resquicio de libertad. Un beso a la novia en la mejilla, por la calle, costaba ya una bronca y una multa por “perturbar el orden público”. Y además, estaban nuestros padres, que no nos dejaban pasar una. A las diez de la noche teníamos que estar en casa para cenar. Cuando oíamos por una radio el “tatarititi” corríamos como almas en pena a casa.
Al parecer, nadie se considera responsable contra el botellón. Los parlamentos autonómicos no se plantean prohibir esta costumbre. No quieren criminalizar a menores. La prohibición de vender alcohol a menores es ineficaz. Los jóvenes saben procurárselo por otros conductos, como las drogas. El botellón es un problema social y educativo que requiere otros medios en vez de .la comisaría. Los municipios tendrían que construir atractivos centros de juventud, donde los jóvenes puedan aprender por propia iniciativa y asistidos por adecuado personal docente, informática, cine, teatro moderno o música experimental. Pero no pocos jóvenes prefieren el botellón. Se sienten entre iguales, formando una piña. Si es imposible acabar con esta costumbre, ¿por qué no se les ceden las plazas de toros cuando estén vacías? En tal caso, convendría cerrar las puertas cuando los neogamberros estén ya dentro. Cuando acaben, por la mañana, tendrían que limpiar ellos las plazas. ¡Olé!
Algunos confunden libertad con libertinaje. Esperemos que estos jóvenes, cuando lleguen a la madurez, hayan olvidado sus juergas juveniles. De ellos depende el futuro. Pero no son sólo los jóvenes españoles, también la juventud allende los Pirineos se comporta de similar manera. Los de mi generación observamos el fenómeno social con una mezcla de reprobación y envidia. Vivíamos bajo una dictadura política y religiosa (como en Irán) que no nos dejaba el menor resquicio de libertad. Un beso a la novia en la mejilla, por la calle, costaba ya una bronca y una multa por “perturbar el orden público”. Y además, estaban nuestros padres, que no nos dejaban pasar una. A las diez de la noche teníamos que estar en casa para cenar. Cuando oíamos por una radio el “tatarititi” corríamos como almas en pena a casa.
Al parecer, nadie se considera responsable contra el botellón. Los parlamentos autonómicos no se plantean prohibir esta costumbre. No quieren criminalizar a menores. La prohibición de vender alcohol a menores es ineficaz. Los jóvenes saben procurárselo por otros conductos, como las drogas. El botellón es un problema social y educativo que requiere otros medios en vez de .la comisaría. Los municipios tendrían que construir atractivos centros de juventud, donde los jóvenes puedan aprender por propia iniciativa y asistidos por adecuado personal docente, informática, cine, teatro moderno o música experimental. Pero no pocos jóvenes prefieren el botellón. Se sienten entre iguales, formando una piña. Si es imposible acabar con esta costumbre, ¿por qué no se les ceden las plazas de toros cuando estén vacías? En tal caso, convendría cerrar las puertas cuando los neogamberros estén ya dentro. Cuando acaben, por la mañana, tendrían que limpiar ellos las plazas. ¡Olé!
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