“Ser más bueno que el pan”. = Dícese de la persona que es muy bondadosa y tiene muy buenos sentimientos. Alude al buen sabor del pan e, implícitamente, a que se le considera desde tiempos remotos como “el alimento” por excelencia.
La historia del pan data del Neolítico y, desde entonces, ha sido el alimento básico de la humanidad. Probablemente, los primeros panes estarían hechos con granos machacados de alguna hierba silvestre o de bellotas. Los arqueólogos encontraron restos de pan ácimo (sin levadura) que datan del año 3530 a.C. en las excavaciones de una zona de poblados palafíticos cercana a Twann, localidad suiza en la ribera del lago Bienna. Las viviendas palafíticas son construcciones prehistóricas sobre el agua, sustentadas por postes de madera. También se las conoce como “moradas lacustres". Según los arqueólogos, los antiguos pobladores palafíticos, cocían ya por aquel entonces ese predecesor de nuestro pan colocando las tortitas encima de piedras calientes y cubriéndolas con ceniza. También hay constancia de que los habitantes del Antiguo Egipto hacían pan desde tiempos inmemoriales y, al parecer, fueron también ellos los primeros en utilizar la masa fermentada para su elaboración. Los egipcios fueron asimismo pioneros en la utilización de hornos de pan como fuente de calor para su cocción y este alimento adquirió tal importancia que llegó a utilizarse como moneda de cambio. A través de Egipto el pan llegó a Roma, donde se generalizó el cultivo del trigo y se construyeron los primeros hornos públicos. El pan se convirtió en un elemento imprescindible en los menús patricios para acompañar los guisos de carne o de pescado. Los plebeyos, sin embargo, preferían utilizar la harina para cocinarse unas gachas que les daban más sensación de saciedad.
En contra de la creencia popular, no fueron los romanos los que introdujeron el arte de elaborar el pan en nuestro país. Cierto es que, por aquel entonces, Hispania era conocida como "el granero de Roma", ya que el trigo de esta provincia romana tenía fama de ser el mejor del Imperio, pero en la página de Internet de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía (AVERROES) se puede leer que el pan: “es introducido en España por los celtíberos en el siglo III a.C., por lo que ya se conocía cuando llegaron los romanos a la península”. Con la desmembración del Imperio Romano, cesaron las exportaciones de trigo por parte de las provincias dedicadas a su cultivo, lo que provocó un desabastecimiento general. Como consecuencia, el pan blanco comenzó a escasear y se convirtió en una “delicatesse” sólo al alcance de las clases más privilegiadas. En la España postromana, el cultivo de cereales era suficiente para el consumo interior. Como el pan se había convertido en un alimento básico, en todos los hogares se amasaba pan. Cada casa tenía una marca distinta para distinguir un pan de otro, ya que éste se llevaba a cocer a un horno público y el panadero cobraba una tasa por introducirlos en el horno y vigilar su cocción. En la Edad Media, el pan era el alimento principal para la población pobre en toda Europa. Pero ésta se tenía que contentar con pan de centeno, de mijo, de salvado o de cebada., ya que el pan blanco continuaba siendo un “manjar de ricos”. Y esto no cambió durante muchos siglos. En años de malas cosechas, los panaderos se vieron incluso obligados a mezclar la harina con otros ingredientes como castañas, bellotas, raíces e incluso serrín para poder alimentar a la población. En nuestra no tan lejana posguerra, “el buen pan” (pan blanco) se vendía en el “mercado negro” y eran muy pocos los que podían permitirse el lujo de servirlo en sus magras comidas. Por aquel entonces el pueblo llano, siempre tan ocurrente, cantaba por lo bajinis una coplilla: “Franco, Franco, nos prometiste pan blanco y nos lo das de serrín. ¿Cuándo volverá Negrín?” En los últimos años ha bajado bastante el consumo de pan en Europa occidental debido a la creencia de que el pan engorda. Esto no es totalmente cierto. Lo que en realidad engorda es la cantidad de pan que se come y lo que se le pone encima o lo acompaña: mantequilla, quesos y embutidos grasos, guisos hipercalóricos. Ya no cazamos ni trabajamos tan duramente como antes. Al habernos vuelto sedentarios quemamos también menos calorías, lo que hace que ganemos peso con más facilidad si no practicamos algún tipo de deporte. Pero la dietética moderna ha descubierto que las calorías son distintas según de qué clase de alimento procedan. Por ello, es conveniente incluir la fibra en nuestra alimentación y dejar a un lado las harinas blancas refinadas que no benefician nuestra dieta. Ese ha sido el motivo principal por el que también en nuestro país hayan proliferado en los últimos años otros tipos de panes que desde siempre se habían comido en el Norte de Europa: panes multicereales, de semillas, de soja, de trigo integral, de centeno, de fibras, etc. – Son panes más caros, ya que se elaboran artesanalmente a base de productos naturales, pero también más sanos para nuestro organismo. Vale la pena pues hacer un pequeño sacrificio económico en aras de nuestra salud y la de nuestra familia.
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