Seamos sinceros. ¿No echamos a veces de menos los bloques publicitarios en la televisión pública? Sobre todo si aparece una urgencia inaplazable y la película está en lo más interesante. Pero ahora, en serio. La decisión de no emitir más publicidad por la 1 y la 2 fue, en mi opinión, acertada. Por fin poder ver películas, documentales, reportajes sin las enojosas interrupciones, cada quince minutos y por un espacio que dicen que es de diez minutos, pero a mí se me antojan veinte. Según criticó hace ya tiempo la Unión Europea, España era el país europeo con más publicidad en la televisión.
En Alemania sólo se hinchan a poner publicidad, de manera desvergonzada y molesta, las televisiones públicas. Como corresponde a la globalización, los contenidos de los anuncios suelen ser los mismos en cada país. En Alemania, las públicas tienen asignados unos pequeños espacios durante el día y en la tarde noche no hay anuncios, pero los alemanes tienen que pagar un canon para oír la radio y ver la televisión. ¿Quién en España estaría dispuesto a pagar otro impuesto más?
Reconozco que en nuestro país hay anuncios muy atractivos, con mucho arte, por ejemplo el del café, George y “Dios”. Pero hallo la mayoría absurdos (los de los automóviles, por ejemplo), otros obscenos (los de vibradores y extensores) y otros que parecen una burla de la pobreza en el mundo. Por estas latitudes estamos obsesionados por el detergente que lava más blanco, por el que limpia mejor, por el que hace desaparecer las manchas. No tenemos que viajar a Africa para ver a una mujer lavar la ropa con tosco jabón y frotándola sobre una roca lisa. Recordemos nuestra niñez y cómo fregaban entonces las “chachas” los suelos o cómo lavaban la ropa. Eso quien podía permitirse el lujo de tener “una criada”.
Los anuncios que nunca se me olvidarán los emitían por entonces las radios. De todos se me han quedado tres: “La canción del Cola-Cao”, el del fantasma barbudo (anunciaba una hoja de afeitar” y el del detergente “Okal”.
En cuanto nuestra televisión: En muchos casos hay que aplaudir. Los fines de semana son la mejor programación que nos queda si no queremos ver telebasura.
En Alemania sólo se hinchan a poner publicidad, de manera desvergonzada y molesta, las televisiones públicas. Como corresponde a la globalización, los contenidos de los anuncios suelen ser los mismos en cada país. En Alemania, las públicas tienen asignados unos pequeños espacios durante el día y en la tarde noche no hay anuncios, pero los alemanes tienen que pagar un canon para oír la radio y ver la televisión. ¿Quién en España estaría dispuesto a pagar otro impuesto más?
Reconozco que en nuestro país hay anuncios muy atractivos, con mucho arte, por ejemplo el del café, George y “Dios”. Pero hallo la mayoría absurdos (los de los automóviles, por ejemplo), otros obscenos (los de vibradores y extensores) y otros que parecen una burla de la pobreza en el mundo. Por estas latitudes estamos obsesionados por el detergente que lava más blanco, por el que limpia mejor, por el que hace desaparecer las manchas. No tenemos que viajar a Africa para ver a una mujer lavar la ropa con tosco jabón y frotándola sobre una roca lisa. Recordemos nuestra niñez y cómo fregaban entonces las “chachas” los suelos o cómo lavaban la ropa. Eso quien podía permitirse el lujo de tener “una criada”.
Los anuncios que nunca se me olvidarán los emitían por entonces las radios. De todos se me han quedado tres: “La canción del Cola-Cao”, el del fantasma barbudo (anunciaba una hoja de afeitar” y el del detergente “Okal”.
En cuanto nuestra televisión: En muchos casos hay que aplaudir. Los fines de semana son la mejor programación que nos queda si no queremos ver telebasura.
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