Desde hace días, los acontecimientos en Egipto ocupan el primer plano de la opinión pública mundial. La situación en Egipto ha desplazado de las primeras páginas de informativos y prensa escrita, lo que ocurre en Túnez, aunque Túnez parece como si hubiese desatados a las masas en las calles de El Cairo, por lo que no es descabellado pensar en una conexión. La sombra alargada de Irán planea por encima de las manifestaciones en El Cairo y Teherán ya ha aconsejado a los egipcios que establezcan un régimen teocrático-totalitario similar al suyo.
Mubarak no es un demócrata, es el hombre fuerte que no tolera oposición. Los países democráticos occidentales saben muy bien que Egipto está lejos de ser una democracia, pero la verdad es también que los países árabes no están estructuralmente preparados para ser una democracia de corte occidental. Por el contrario, una corriente radical islamista con Al Qaeda a la cabeza, se ha propuesto recobrar la gloria de la Edad Media, conquistando a Occidente con la yihada o guerra santa. Los fundamentalistas piensan que sólo regímenes teocráticos totalitarios, con la sharia como ley absoluta coránica, serán capaces de devolver el esplendor de los Omeyas (por ejemplo) a los pueblos árabes. Mubarak servía a los países democráticos occidentales de dique de contención del Islam, de ahí el odio de los musulmanes al dictador. Sin embargo podrían equivocarse como a la sazón los revolucionarios iraníes con el fanático Jomeini, cuando éste regresó a Irán de su exilio “de oro” en Francia. Las potencias occidentales lo tienen crudo, sobre todo España. Un contagio a Argelia y Marruecos sería una auténtica catástrofe para la paz mundial. Israel (pese a su armamento atómico) dejaría de existir, si Irán puede utilizar ya armas nucleares. De momento, las democracias occidentales, entre ellas la Unión Europea, se han dado cuenta de la peligrosa situación. La capacidad de respuesta de Occidente es muy superior a la del mundo árabe, donde son un gran peligro los terroristas suicidas.
Mubarak no es un demócrata, es el hombre fuerte que no tolera oposición. Los países democráticos occidentales saben muy bien que Egipto está lejos de ser una democracia, pero la verdad es también que los países árabes no están estructuralmente preparados para ser una democracia de corte occidental. Por el contrario, una corriente radical islamista con Al Qaeda a la cabeza, se ha propuesto recobrar la gloria de la Edad Media, conquistando a Occidente con la yihada o guerra santa. Los fundamentalistas piensan que sólo regímenes teocráticos totalitarios, con la sharia como ley absoluta coránica, serán capaces de devolver el esplendor de los Omeyas (por ejemplo) a los pueblos árabes. Mubarak servía a los países democráticos occidentales de dique de contención del Islam, de ahí el odio de los musulmanes al dictador. Sin embargo podrían equivocarse como a la sazón los revolucionarios iraníes con el fanático Jomeini, cuando éste regresó a Irán de su exilio “de oro” en Francia. Las potencias occidentales lo tienen crudo, sobre todo España. Un contagio a Argelia y Marruecos sería una auténtica catástrofe para la paz mundial. Israel (pese a su armamento atómico) dejaría de existir, si Irán puede utilizar ya armas nucleares. De momento, las democracias occidentales, entre ellas la Unión Europea, se han dado cuenta de la peligrosa situación. La capacidad de respuesta de Occidente es muy superior a la del mundo árabe, donde son un gran peligro los terroristas suicidas.
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