sábado, 19 de febrero de 2011
Pincelada: Pan y circo
“Pan y circo”, en latín: “Panis et circenses”. = Esta frase, muy peyorativa por lo que respecta a la opinión que pueden tener los gobernantes del pueblo, tiene su origen en la antigua Roma. Según las crónicas, ya en la época de Julio Cesar (100 – 44 a.C.) se repartía trigo para hacer pan entre los más pobres del Imperio que, por aquel entonces, podrían ser unas 200.000 personas. El poeta romano Juvenal la empleó ya en el siglo I en su obra “Sátira X” para describir cómo los emperadores romanos distraían al pueblo y le mantenían alejado de la política. Les llenaban un poco los estómagos en forma de trigo para hacer el pan y les daban la posibilidad de asistir a infames juegos y espectáculos en los llamados “circos” o “anfiteatros”. En ellos, la plebe daba rienda suelta a sus peores instintos mientras que se distraía y se abstraía de la realidad, de lo verdaderamente importante, que era lo que sucedía en Roma y allende de sus fronteras. Juvenal escribió en su día traducido al castellano lo siguiente: “Hace ya mucho, desde aquellos tiempos que no vendíamos nuestro voto a nadie, que abandonamos nuestros deberes: comandos militares, altos cargos civiles o legiones. Ahora todo se limita a dos cosas ansiosamente esperadas: pan y circo”. Como se sabe, en los circos o anfiteatros romanos tenían lugar representaciones cruentas en las que gladiadores o esclavos competían y se mataban entre sí o tenían que luchar contra leones y tigres hambrientos. También los primeros cristianos fueron arrojados a las fieras para que sirviesen de diversión al populacho. La expresión evolucionó al cabo de los años, aunque el tono despectivo de los gobernantes hacia el pueblo continuó siendo el mismo. En el siglo XIX lo que se decía era “pan y toros” para describir a ese terrible espectáculo que levanta pasiones. Con la “fiesta”, el pueblo no pensaba en sus propias miserias y se regocijaba con el triunfo del hombre sobre la bestia (o al revés). No es de extrañar pues que, a partir del siglo XVIII, los llamados “ilustrados” estuviesen en contra de las corridas de toros. Creían, no sin razón, que los toros contribuían a idiotizar al pueblo y a convertirle en material más maleables para los detentores del poder. La expresión “pan y circo” tuvo gran resonancia a principios del siglo XIX debido al párrafo final de un panfleto del poeta y satírico León de Arroyal, pero se hizo famosa gracias a la zarzuela del mismo nombre estrenada en 1864. En épocas más modernas, a partir de mediados del siglo pasado, en plena dictadura franquista, se parafraseó de nuevo el dicho que se convirtió en “pan y fútbol”. De esa manera, los pobres se entretenían con ese nuevo “opio del pueblo” que había sustituido a la religión y no pensaban en problemas sociales más acuciantes que hubiesen podido poner en peligro la hegemonía del régimen. Actualmente, después de más de 30 años de democracia, tenemos que lidiar con una nueva variante del “pan y…” para mantener a las masas en la inopia. Me refiero a la televisión y a sus múltiples “reality shows”, muchos de ellos obscenos física y moralmente y que apelan a las bajas pasiones de los telespectadores. Esa “pan y telebasura” potenciado por grupos multinacionales, a quienes sólo interesa el dinero que le proporcionan las altas cuotas de pantalla, es hoy por hoy uno de los peores enemigos que tiene nuestra sociedad. Nuestro sistema político no ha previsto los estragos que esos siniestros programas causan día a día en gran parte de nuestra juventud, desprovista de ideales, ávida de dinero fácil y de unos pocos minutos de fama. Si nadie pone coto a esos desmanes, un importante potencial de jóvenes españoles, por perseguir ese sueño del minuto de éxito, será incapaz de encontrar su lugar en la realidad de nuestro mundo laboral, cada vez más competitivo.
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