Por fin la Unión Europea se ha decidido a „rescatar“ por segunda vez a Grecia, concediéndole otro préstamo de unos 80.000 millones de euros. No muy feliz con la idea estaba Alemania, pero la canciller federal alemana, Angela Merkel, ha antepuesto los intereses europeos a los alemanes. Se temía que si Grecia se derrumbase fracasara el proyecto de Unión Europea. Además se miraba con ojos de desconfianza a España, que, aunque su economía sea como la de Grecia, Irlanda y Portugal juntos, es, en la escala que le corresponde, como un coloso sobre pies de barro. Por eso irradiaba satisfacción el presidente español, José Luís Rodríguez Zapatero, cuando se llegó al acuerdo de “salvar a Grecia”.
Seamos sinceros. Desde la transición a la democracia existe (o existía) una especie de entusiasmo europeo entre los españoles, que, después de 40 años de dictadura, con todo un país desarbolado e aislado, quieren demostrar que el sitio de España está en Europa. En este sentido, el ex presidente del Gobierno, Felipe González realizó una meritoria labor de convencer a los europeos que los españoles también lo son. Con González, España estaba in en Europa. Además, sus conocimientos del francés le permitía alternar con otros colegas en esos corrillos tan importantes, que se forman al margen de las sesiones de trabajo. González fue premiado con el premio Carlomagno al mejor europeo. Con Aznar, joseantoniano de vocación, admirador del protofascista Onésimo Redondo, y que no votó a la Constitución, España tuvo un serio bajón en los círculos de Bruselas. Aznar se inclinó plenamente por EE UU, con su amistosa relación con el excéntrico ex presidente Bush. Aznar parecía querer hacer girar nuestra política europeísta hacia el atlantismo, cuando España tiene dos dimensiones, a cuál de ellas más importante: la mediterránea y la atlantista. Tanto fue el entusiasmo que Bush despertó en Aznar, que éste se dejó arrastrar a la absurda aventura de Irak. Aznar incluso creyó aprender inglés, un galimatías ridículo cuando pronuncia conferencias en USA. Menos mal que nadie entiende el “inglés” de Aznar, así no pueden enterarse de las descalificaciones que Aznar suele lanzar contra el Gobierno de Zapatero, que constituyen, pronunciadas en el Extranjero, una deslealtad contra el propio país. Pero aparte de su ambición política, a través de su yerno ha hallado una ocupación también gratificante: ganar dinero a espuertas.
Con Zapatero, España se ha ido encogiendo en Europa, donde somos una minipotencia. El mayor respeto lo merecen nuestras fuerzas armadas en las misiones de la OTAN, que vienen costando dolorosas pérdidas. Ni siquiera hemos conseguido alcanzar a Italia, uno de los países cofundadores de la Comunidad Económica Europea, precedente de la actual UE. Bruselas nos tiene clasificados en el listón de los países de “riesgo”, con Grecia, Irlanda y Portugal. En comparación, Francia es una “gran potencia” europea, y no digamos Alemania, la locomotora de la UE. Menos mal que hasta ahora, Berlín nos apoya, porque tiene importantes intereses económicos en España.
El país ha vivido por encima de sus posibilidades, creyéndose rico por el boom del ladrillo y, mediante una información no del todo exacta, también quiere vivir a la par de los fuertes de la Unión, cuando en realidad estamos relegados a un rincón. Zapatero no es Felipe González.
Seamos sinceros. Desde la transición a la democracia existe (o existía) una especie de entusiasmo europeo entre los españoles, que, después de 40 años de dictadura, con todo un país desarbolado e aislado, quieren demostrar que el sitio de España está en Europa. En este sentido, el ex presidente del Gobierno, Felipe González realizó una meritoria labor de convencer a los europeos que los españoles también lo son. Con González, España estaba in en Europa. Además, sus conocimientos del francés le permitía alternar con otros colegas en esos corrillos tan importantes, que se forman al margen de las sesiones de trabajo. González fue premiado con el premio Carlomagno al mejor europeo. Con Aznar, joseantoniano de vocación, admirador del protofascista Onésimo Redondo, y que no votó a la Constitución, España tuvo un serio bajón en los círculos de Bruselas. Aznar se inclinó plenamente por EE UU, con su amistosa relación con el excéntrico ex presidente Bush. Aznar parecía querer hacer girar nuestra política europeísta hacia el atlantismo, cuando España tiene dos dimensiones, a cuál de ellas más importante: la mediterránea y la atlantista. Tanto fue el entusiasmo que Bush despertó en Aznar, que éste se dejó arrastrar a la absurda aventura de Irak. Aznar incluso creyó aprender inglés, un galimatías ridículo cuando pronuncia conferencias en USA. Menos mal que nadie entiende el “inglés” de Aznar, así no pueden enterarse de las descalificaciones que Aznar suele lanzar contra el Gobierno de Zapatero, que constituyen, pronunciadas en el Extranjero, una deslealtad contra el propio país. Pero aparte de su ambición política, a través de su yerno ha hallado una ocupación también gratificante: ganar dinero a espuertas.
Con Zapatero, España se ha ido encogiendo en Europa, donde somos una minipotencia. El mayor respeto lo merecen nuestras fuerzas armadas en las misiones de la OTAN, que vienen costando dolorosas pérdidas. Ni siquiera hemos conseguido alcanzar a Italia, uno de los países cofundadores de la Comunidad Económica Europea, precedente de la actual UE. Bruselas nos tiene clasificados en el listón de los países de “riesgo”, con Grecia, Irlanda y Portugal. En comparación, Francia es una “gran potencia” europea, y no digamos Alemania, la locomotora de la UE. Menos mal que hasta ahora, Berlín nos apoya, porque tiene importantes intereses económicos en España.
El país ha vivido por encima de sus posibilidades, creyéndose rico por el boom del ladrillo y, mediante una información no del todo exacta, también quiere vivir a la par de los fuertes de la Unión, cuando en realidad estamos relegados a un rincón. Zapatero no es Felipe González.
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