Hace algún tiempo mi cuñada iba tranquilamente por la calle. Había llovido y ella caminaba con cuidado por la acera cuando, de repente, se produjo aquel inesperado resbalón que, de no ser por la farola a la que pudo agarrarse en el último momento, casi le hace dar con sus huesos en el suelo. Y debajo de su pie estaba “eso”, el corpus delicti, una asquerosa caca de perro que el dueño del can no había tenido a bien recoger después de que el chucho hiciese sus necesidades en la vía pública. El resultado de esta peripecia fue un esguince en el pie del que nadie se hizo responsable.
Yo no sé lo que ustedes pensarán pero, por lo que a mí respecta, me parece una absoluta falta de consideración hacia los demás por parte de los amos de los canes, verdaderos culpables de lo que día a día tenemos que soportar los viandantes en nuestras calles (por no hablar de nuestros parques y jardines), plagadas de excrementos caninos, sin que nadie ponga coto a su conducta incívica frente al resto de la población.
Y yo pregunto: ¿qué trabajo les costaría a los dueños de los animales acompañar a sus perros al “pipicán” más cercano y, si la necesidad apremia antes de alcanzar el recinto acotado, hacer uso de una bolsita para retirar los residuos corporales de sus perros? Pero claro, ya sea por pereza o porque les da asco recoger las heces perrunas, es mucho más fácil dejar el montoncito de caca en el lugar mismo donde el perro hizo sus necesidades. La mayor parte de los dueños caninos parecen no tener en cuenta lo antihigiénico que es para todos los demás tener que sortear a cada paso esas hediondas cagadas. Y, al parecer, esos mismos individuos incívicos no se paran tampoco a pensar en los niños que juegan al aire libre y que, en su inconsciencia, ponen sus manos en todas partes, con lo que corren peligro de contaminarse si entran en contacto directo con esas deposiciones.
La verdad sea dicha, y aunque casi todos los ayuntamientos tienen un catálogo de multas para este tipo de infracciones, lo cierto es que es más fácil que la policía municipal nos ponga una multa por habernos pasado el límite de tiempo de aparcamiento en la zona azul o por haber tirado la basura en el contenedor a deshoras, a que castiguen como deberían a los que se saltan a la torera el artículo correspondiente de la Ordenanza de Medio Ambiente de cada municipio. Según las disposiciones vigentes, se obliga a los propietarios (so pena de multas que, en algunos casos, pueden llegar hasta los 1.500 Euros) a llevar a sus perros a defecar al recinto para perros más cercano a su domicilio, o que éstos hagan sus necesidades junto a sumideros o en alcorques. Además, se les exige limpiar inmediatamente los residuos en aceras o zonas de tránsito peatonal. Sin embargo, lo que ocurre en la vida real es que, en caso de desacato, la policía suele brillar por su ausencia.
Ante la proliferación de cacas callejeras, ya se han lanzado al mercado algunos sistemas de recogida para aprensivos. Uno de ellos proviene de China y consiste en rociar el zurullo perruno con un spray de nitrógeno líquido que congela inmediatamente el mojón. Una vez convertido en masa sólida y, por supuesto, inodora, se pincha la “llorda” con un palo o un bastón con pincho (o se recoge con una bolsa) y se tira a la basura. Y, para los más pijos, la marca catalana Tous (la del osito) ha sorprendido a todos con un producto inusual: fundas de tela para excrementos de perro. La firma pretende que su exquisita clientela amante de los animales no tenga que agacharse más para recoger las caquitas de sus perros, cuando los saquen a pasear a la calle. Según Rosa Tous: “Solo tendrán que dejar caer graciosamente las fundas sobre la hez en cuestión para hacerlas desaparecer bajo un velo de glamour”.
Mientras tanto, les aconsejo no bajar la guardia y seguir el ejemplo de mi cuñada, quien, desde su percance, ha adquirido la sana costumbre de mirar siempre al suelo cuando camina por las aceras de su ciudad.
Margarita Rey
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