El verano trae consigo una programación de TV muy discreta, por no utilizar otro adjetivo menos moderado. Así que a veces no queda más remedio que recurrir a la propia videoteca, donde, al menos, se pueden elegir las pelis antiguas que uno quiere. En mi caso, después de una larga sesión de zapping, opté por echarle una ojeada a mis diversas colecciones, eligiendo esta vez un filme clásico protagonizado por una de mis actrices más admiradas, Audrey Hepburn, a quien adoro desde que la vi de pequeñita, por vez primera, en la deliciosa comedia “Vacaciones en Roma”. Hay que decir que tengo la suerte de poseer la colección completa de todas sus películas, que hace algunos años ofrecía por muy poco dinero a sus lectores un importante periódico de nuestro país.
Y la elección cayó en “Desayuno con diamantes” (Breakfast at Tiffany’s). Lo que yo en aquel momento no sabía hasta que lo leí en una revista es que, justo ahora, se cumplen 50 años del estreno de esa muy libre adaptación de la obra del escritor norteamericano Truman Capote.
No sé si ustedes han visto esa película, pero de no ser así, les aconsejo que procuren raudamente hacerse con un DVD a través de Internet. Seguro que se lo pasan pipa viendo una obra maestra del cine americano, cuyos diálogos fueron en su día salvajemente mutilados por la censura franquista. Por supuesto, la versión que se consigue ahora ha sido totalmente revisada y no tiene nada que ver con el amputado contenido que “regaló” en su día nuestros oídos.
Pero claro, frasecitas como esta: “Le importa si me acuesto un ratito con usted? Somos amigos, eso es todo. ¿Porque somos amigos, no?” no podían ser del agrado de los púdicos censores que velaban por la moral del público que, rascándose el bolsillo, asistía los domingos a una función de cine. Ni tampoco el hecho de que Holly, la protagonista, fuese una “party-girl”, una putilla con ínfulas de grandeza, que se ganaba el sustento echando de vez en cuando un quiqui con algún ejecutivo salidorro. Holly tenía la costumbre de desayunar (un café en vaso de plástico y un bollo o un dulce) delante de la vitrina de la famosa joyería Tiffany, cuando volvía a casa de sus “saraos”, a primera hora de la mañana, mientras soñaba que algún día cualquiera de esas maravillosas joyas expuestas podría llegar a ser suya.
Audrey Hepburn borda el papel de la ambivalente Holly, un personaje por una parte glamouroso y por la otra débil, roto y merecedor de compasión.
No les voy a contar la película. Es mejor que la vean y que disfruten de Audrey y del magnífico elenco de actores (George Peppard, Mickey Rooney y José Luís de Villalonga, por nombrar sólo a unos pocos). Por no hablar de la canción “Moon River”, adaptada especialmente a la dulce vocecita de Audrey Hepburn (aunque después ha sido versionada por múltiples cantantes americanos de renombre), que por aquel entonces ganó múltiples galardones y que sirve de música de fondo a esa comedia agridulce por la que no pasa el tiempo.
Margarita Rey
Y la elección cayó en “Desayuno con diamantes” (Breakfast at Tiffany’s). Lo que yo en aquel momento no sabía hasta que lo leí en una revista es que, justo ahora, se cumplen 50 años del estreno de esa muy libre adaptación de la obra del escritor norteamericano Truman Capote.
No sé si ustedes han visto esa película, pero de no ser así, les aconsejo que procuren raudamente hacerse con un DVD a través de Internet. Seguro que se lo pasan pipa viendo una obra maestra del cine americano, cuyos diálogos fueron en su día salvajemente mutilados por la censura franquista. Por supuesto, la versión que se consigue ahora ha sido totalmente revisada y no tiene nada que ver con el amputado contenido que “regaló” en su día nuestros oídos.
Pero claro, frasecitas como esta: “Le importa si me acuesto un ratito con usted? Somos amigos, eso es todo. ¿Porque somos amigos, no?” no podían ser del agrado de los púdicos censores que velaban por la moral del público que, rascándose el bolsillo, asistía los domingos a una función de cine. Ni tampoco el hecho de que Holly, la protagonista, fuese una “party-girl”, una putilla con ínfulas de grandeza, que se ganaba el sustento echando de vez en cuando un quiqui con algún ejecutivo salidorro. Holly tenía la costumbre de desayunar (un café en vaso de plástico y un bollo o un dulce) delante de la vitrina de la famosa joyería Tiffany, cuando volvía a casa de sus “saraos”, a primera hora de la mañana, mientras soñaba que algún día cualquiera de esas maravillosas joyas expuestas podría llegar a ser suya.
Audrey Hepburn borda el papel de la ambivalente Holly, un personaje por una parte glamouroso y por la otra débil, roto y merecedor de compasión.
No les voy a contar la película. Es mejor que la vean y que disfruten de Audrey y del magnífico elenco de actores (George Peppard, Mickey Rooney y José Luís de Villalonga, por nombrar sólo a unos pocos). Por no hablar de la canción “Moon River”, adaptada especialmente a la dulce vocecita de Audrey Hepburn (aunque después ha sido versionada por múltiples cantantes americanos de renombre), que por aquel entonces ganó múltiples galardones y que sirve de música de fondo a esa comedia agridulce por la que no pasa el tiempo.
Margarita Rey
Me ha gustado como has contado la historia. Audrey encantadora.
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