La arqueología me fascina. Especialmente, todo lo que tiene que ver con la arquitectura romana. Tengo no poco material recogido sobre este tema que iré publicando poco a poco. Sin embargo, en este momento acabo de regresar de un viaje, corto en tiempo pero largo en kilómetros, y mis energías se ven un poco mermadas por el tute que le he pegado a mis huesos. Y es que, por mucho que me empeñe en no querer aceptar mi edad, el tiempo no perdona. Y como estoy hecha un “guá”, hoy voy a echar en parte mano del trabajo de otros para ofrecerles a continuación el extracto de un artículo sobre “Urbanismo Romano”, publicado por www.arteespana.com en marzo de 2008. Es el portal de ArtEEspañA, una empresa especializada en la venta de libros de Arte e Historia. Tiene una tienda física en Madrid, en la calle Galileo n° 44, así como varias tiendas on line que ofrecen libros, vídeos, reproducciones artísticas, etc. a los aficionados a la historia y al arte español y universal. Les aconsejo que lean con detenimiento su página web, que es una auténtica joya.
Entre los legados que los romanos nos dejaron figuran las diferentes clases de viviendas, precursoras de los edificios actuales. Las más conocidas entre ellas son:
La Domus o casa privada:
Según ArtEEspañA, “la casa romana deriva de la etrusca y se fue desarrollando y complicando con el tiempo. Tenía una puerta de entrada, un atrio (con un impluvium y un compluvium) alrededor del cual se desarrollaban las estancias.
A un lado del vestíbulo de entrada se encontraba la estancia donde se rendía culto a los dioses y al otro lado había otra habitación donde se encontraban las máscaras y, a veces, las urnas de los que habían muerto. En algunos casos estas habitaciones se colocaban en las alas y eran más pequeñas y en su lugar se colocaban tiendas que comunicaban con la calle.
Al fondo del atrio aparecía el tablinum, la habitación donde los señores de la casa recibían las visitas, tras la cual estaba el jardín o huerto, llamado peristilo, ya que era un espacio amplio, abierto y con una columnata para pasear. Al fondo de este peristilo estaba el triclinum, el comedor. Estaban decoradas con pintura y mármoles. Las mejores se encuentran en Pompeya o en Herculanum. El esquema se va complicando, pero siempre tienen patios alrededor de los cuales se desarrollan las estancias.
Las Ínsulas equivalían a una manzana de casas. Sin embargo, el término se extendió para acabar denominando a cada una de las casas que había en una ínsula. Eran casas de pisos, más humildes que las anteriores y de alquiler. Tenían un patio interior y al exterior tenían ventanas y balcones. En la parte baja habría tiendas.
Las Villas Romanas partían del concepto estructural de la domus pero eran más grandes y complicadas y no presentaban regularidad en planta. Estaban alejadas de la ciudad y eran lugares generalmente de descanso.”
Hasta aquí ArtEEspañA.
Lo que no dice el autor es que la insulas (lo correcto sería “insulae”) fueron las precursoras de nuestras viviendas de protección oficial. Eran bloques de edificios de 3 o 4 pisos, en cuyos bajos se solían instalar pequeños comerciantes y artesanos de diversos gremios. Fueron concebidas para intentar solucionar la escasez de vivienda como resultado de la sobrepoblación de Roma. Se alquilaban a las familias a un precio módico, pero eran pequeñas y la gente vivía hacinada en ellas como en conejeras. Desgraciadamente, también entonces existía la especulación del suelo. Así que muchos comerciantes adinerados decidieron invertir en el ladrillo y convertirse en promotores. Sólo que, para obtener un mayor margen de ganancias, construyeron en altura (hasta doce pisos) y utilizaron para las viviendas que ellos mandaron construir materiales de mala calidad, por lo que muchas de ellas se desplomaron o, debido a los incendios tan usuales por aquel entonces, se convirtieron en trampas mortales para sus inquilinos al ser éstas pasto de las llamas. ¿Les recuerda a algo?
En cuanto a las villas romanas, se podrían comparar a lo que hoy llamamos “mansiones”, es decir lujosas casas de alto standing con un gran jardín, para la población más pudiente de Roma. Las había de tres tipos: las propiedades en el campo, comparables a una vasta hacienda o a un cortijo, con una gran vivienda con todo lujo de comodidades y enormes extensiones de terreno trabajado por los esclavos; las urbanas, o palacios de la aristocracia romana y, finalmente, las villas imperiales, donde residía el emperador y cuya grandiosidad se puede difícilmente describir. Yo, personalmente, he tenido la ocasión de visitar lo que queda de dos de ellas: la de Catullo en Sirmione (Lago de Garda) y la de Tiberio en la isla de Capri. Y desde luego hay que reconocer que, mientras el pueblo llano pasaba hambre y todo tipo de penurias, ellos vivían como dioses. Un “déjà vu” con sandalias romanas.
Margarita Rey
Entre los legados que los romanos nos dejaron figuran las diferentes clases de viviendas, precursoras de los edificios actuales. Las más conocidas entre ellas son:
La Domus o casa privada:
Según ArtEEspañA, “la casa romana deriva de la etrusca y se fue desarrollando y complicando con el tiempo. Tenía una puerta de entrada, un atrio (con un impluvium y un compluvium) alrededor del cual se desarrollaban las estancias.
A un lado del vestíbulo de entrada se encontraba la estancia donde se rendía culto a los dioses y al otro lado había otra habitación donde se encontraban las máscaras y, a veces, las urnas de los que habían muerto. En algunos casos estas habitaciones se colocaban en las alas y eran más pequeñas y en su lugar se colocaban tiendas que comunicaban con la calle.
Al fondo del atrio aparecía el tablinum, la habitación donde los señores de la casa recibían las visitas, tras la cual estaba el jardín o huerto, llamado peristilo, ya que era un espacio amplio, abierto y con una columnata para pasear. Al fondo de este peristilo estaba el triclinum, el comedor. Estaban decoradas con pintura y mármoles. Las mejores se encuentran en Pompeya o en Herculanum. El esquema se va complicando, pero siempre tienen patios alrededor de los cuales se desarrollan las estancias.
Las Ínsulas equivalían a una manzana de casas. Sin embargo, el término se extendió para acabar denominando a cada una de las casas que había en una ínsula. Eran casas de pisos, más humildes que las anteriores y de alquiler. Tenían un patio interior y al exterior tenían ventanas y balcones. En la parte baja habría tiendas.
Las Villas Romanas partían del concepto estructural de la domus pero eran más grandes y complicadas y no presentaban regularidad en planta. Estaban alejadas de la ciudad y eran lugares generalmente de descanso.”
Hasta aquí ArtEEspañA.
Lo que no dice el autor es que la insulas (lo correcto sería “insulae”) fueron las precursoras de nuestras viviendas de protección oficial. Eran bloques de edificios de 3 o 4 pisos, en cuyos bajos se solían instalar pequeños comerciantes y artesanos de diversos gremios. Fueron concebidas para intentar solucionar la escasez de vivienda como resultado de la sobrepoblación de Roma. Se alquilaban a las familias a un precio módico, pero eran pequeñas y la gente vivía hacinada en ellas como en conejeras. Desgraciadamente, también entonces existía la especulación del suelo. Así que muchos comerciantes adinerados decidieron invertir en el ladrillo y convertirse en promotores. Sólo que, para obtener un mayor margen de ganancias, construyeron en altura (hasta doce pisos) y utilizaron para las viviendas que ellos mandaron construir materiales de mala calidad, por lo que muchas de ellas se desplomaron o, debido a los incendios tan usuales por aquel entonces, se convirtieron en trampas mortales para sus inquilinos al ser éstas pasto de las llamas. ¿Les recuerda a algo?
En cuanto a las villas romanas, se podrían comparar a lo que hoy llamamos “mansiones”, es decir lujosas casas de alto standing con un gran jardín, para la población más pudiente de Roma. Las había de tres tipos: las propiedades en el campo, comparables a una vasta hacienda o a un cortijo, con una gran vivienda con todo lujo de comodidades y enormes extensiones de terreno trabajado por los esclavos; las urbanas, o palacios de la aristocracia romana y, finalmente, las villas imperiales, donde residía el emperador y cuya grandiosidad se puede difícilmente describir. Yo, personalmente, he tenido la ocasión de visitar lo que queda de dos de ellas: la de Catullo en Sirmione (Lago de Garda) y la de Tiberio en la isla de Capri. Y desde luego hay que reconocer que, mientras el pueblo llano pasaba hambre y todo tipo de penurias, ellos vivían como dioses. Un “déjà vu” con sandalias romanas.
Margarita Rey
No hay comentarios:
Publicar un comentario