El fortísimo terremoto (9 en la escala de Richter), seguido de otros fuertes temblores (6 en la mencionada escala) más el devastador tsunami que han desolado el noreste del Japón, causando millares de muertos y heridos, también han sido la causa de que se dañe seriamente la central nuclear de Fukushima, en la que saltaron todos los sistemas de seguridad, temiéndose que se fundan los potentísimos elementos nucleares, plutonio y uranio, con consecuencias incalculables. La radioactividad de ambos elementos dura más de mil años.
La catástrofe de Fukushima viene a dar la razón a los ecologistas, que exigen la supresión de la fuente nuclear de energía, por considerarla un gran peligro para la conservación de la especie humana. Pero los intereses económicos son más fuertes que la razón, siendo así que la humanidad está regida por irracionales. Fukushima ha colocado contra las cuerdas a la canciller alemana, Angela Merkel, que había decidido recientemente que los reactores alemanes sigan funcionando durante más años. Ahora, casi con mala conciencia, Merkel ordena la revisión a fondo de las centrales nucleares alemanas. ¿Y España? Mientras todo el mundo mira hacia Japón, amigos españoles de las aves pleitean contra la instalación de paneles solares en un pueblo de La Mancha, porque serían un peligro para el pájaro “chorlito carambolo”. ¡Vaya carambola!
La energía solar y la eólica son serias alternativas para las mortales centrales nucleares.
Fukushima viene a sumarse a Hiroshima y Nagasaki, las dos ciudades niponas que conocieron por primera vez en la historia de la Humanidad, al final de la II Guerra Mundial, los espantosos efectos de la radiactividad. ¿No es ya hora de que los gobiernos piensen con sensatez acerca de los inseguros reactores? Sí, es cierto que no podemos confiar sólo en el petróleo –en manos de los árabes como Gadafi- , pero si se pueden intensificar los esfuerzos y las inversiones para aprovechar dos fuentes de energía naturales: el sol y el viento. El carambolo que se mude a otro sitio.
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