Es comprensible que muchos ciudadanos estén cabreados con la política internacional y más con la nacional. Tienen la impresión de que el Gobierno va improvisando sobre la marcha medidas de ahorro, que afectan a la ciudadanía y que, a la postre, originan más pérdidas y gastos que los que se pretende ahorrar.
Muchos, que no saben a qué partido elegir (“todos son iguales”, dicen), prefieren el abstencionismo, el no acudir a las urnas. Es un grave error: el abstencionismo perjudica a la democracia, pero no a esos aparatos llamados “partidos”, cuyo fin es, en realidad, canalizar la voluntad popular y que son en la práctica, en muchos casos, trampolines hacia la fama, el poder personal y el dinero fácil. Los partidos tendrán que someterse a un profundo proceso de depuración si quieren volver a ganarse la confianza de los electores. Aplastantes victorias, como las que se esperan en las elecciones regionales y comunales (¿ganará por goleada el PP?), no eximen a ningún partido de una constante depuración, para apartar a las ovejas negras. La democracia no se beneficia de que los partidos exhiban un chaleco limpio, si la camisa está sucia.
En vez de abstención, voto en blanco. El voto en blanco es democrático y a su vez un castigo para los partidos que no jueguen limpio.
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