Ayer a las doce de la noche se terminó el Carnaval para dar paso a la Cuaresma que durará cuarenta días. Se acabaron los festejos y llegó la época de ayuno y abstinencia en la que supuestamente deberíamos limpiar cuerpo y espíritu (de ahí la prohibición en otras épocas de comer carne durante ese periodo). Para poner de manifiesto que hemos terminado con el desenfreno carnavalesco, en casi todas las localidades españolas se celebra hoy el llamado “entierro de la sardina”. Según las crónicas, esta procesión más bien burlesca se celebró por primera vez a mitad del siglo XIX en Madrid y fue organizada por un grupo de estudiantes para despedir el carnaval. Se comenta también que esta costumbre tendría un origen religioso. Al parecer, se celebraba por aquel entonces una procesión para enterrar un costillar de cerdo que simbolizaba el final de las “carnestolendas” (carnaval) y el inicio del periodo sin carne. Otras fuentes hablan de un cargamento de sardinas del Cantábrico que encargó el rey Carlos IV (1748-1819) para una fiesta popular y que llegó a Madrid en malas condiciones. Su Majestad el Rey dio la orden de transportar los fétidos pescados a los basureros cercanos a la Casa de Campo que, por aquel entonces, se encontraba lejos de la ciudad. Coincidiendo con el fin del Carnaval y para no dejar a los madrileños sin su festejo, se decidió aprovechar la oportunidad y hacer una especie de verbena para enterrar a los malolientes pescados. Puede que esta versión se ciña a la realidad si tenemos en cuenta la obra del genial pintor Francisco de Goya (1746 -1828) “El entierro de la sardina”, pintada entre 1813 y 1817, ya durante el reinado de Fernando VII (1784-1833), en la que nos muestra al pueblo llano madrileño dando rienda suelta a sus ansias de jolgorio para olvidar su triste día a día. Lo único cierto es que la sardina representa aquí los días de alegría y desenfreno que se entierran para dar paso a un tiempo de austeridad y penitencia.
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