Las letras de los cuplés se movían entre lo atrevido y lo desvergonzado; entre el erotismo y la obscenidad, dependiendo de quién fuese su intérprete y a qué clase de público iban dirigidas las creaciones. Eso sí, para que el éxito fuese rotundo, el cuplé tenía que ser representado por una mujer bella y sensual, ya que toda la función se basaba más en el lucimiento del cuerpo de la cupletista que en sus dotes como cantante.
Además de “La Bella Chelito”, hubo otras artistas que llegaron a superarla en fama, algunas de las cuales tenían incluso una bonita voz, como Consuelo Bello, “La Fornarina”. Aunque, sin duda alguna, la más conocida fue Raquel Meller, más parecida a lo que hoy conocemos como “tonadillera” que a una cupletista, dado que sus canciones hablaban más de amor y tenían mucha menos picardía que los antiguos cuplés. Raquel Meller actuó en los mejores Music Halls del mundo y se dice que su caché llegó incluso a superar al de Carlos Gardel. Sus mayores éxitos los consiguió con dos canciones que han conseguido sobrevivirla: “La violetera” y “El relicario” (esta última sigue aún hoy formando parte del repertorio de toda tonadillera que se precie). Pero fue una bella manchega, Sara Montiel, la que en 1957 consiguió de nuevo popularizar el cuplé en toda España con la película “El último cuplé”. Una especie de fiebre atacó a generaciones de jóvenes y no tan jóvenes que durante casi dos años hicieron largas colas ante los cines de estreno en Madrid y Barcelona para poder ver el filme. Por los patios de luces se oían las versiones más o menos logradas que cantaban las sirvientas mientras desempeñaban las tareas domésticas. Aunque Sara Montiel había conseguido hacerse un nombre en Hollywood, en nuestro país se convirtió en gran estrella a partir de “El último cuplé”, que –para bien o para mal– marcó un antes y un después en su carrera.
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