"Ser una mujer florero". = Se dice de una mujer bella, generalmente superficial y de intelecto limitado (aunque, eso sí, muy lista y ambiciosa), cuyo único trabajo consiste en servir de adorno a su marido (que suele ser alguien con una alta posición social o/y fortuna). No hay que confundir con la típica “maruja”, que es un ama de casa por vocación, cuya única aspiración en la vida es cuidar de su marido y de sus hijos. En los tiempos actuales, donde la emancipación de la mujer es ya un hecho, aunque todavía queden flecos en algunos campos, la mujer florero no deja de ser un anacronismo. Lo que ocurre es que hay muchas esferas en las que el machismo sigue estando a la orden del día, aunque de una forma más sutil y soterrada. Sin querer dar nombres, ¿no les parece casi ridícula la imagen de un acaudalado hombre de negocios, sesentón avanzado, que se divorcia de su esposa para casarse con su bellísima secretaria (que podría ser casi su nieta)? A partir de ese momento, la ex colaboradora se convierte en el trofeo de caza, que se va a exhibir en eventos y saraos de todo tipo, para poner de manifiesto ante los ojos de los círculos afines la virilidad y potencia sexual del macho en declive. En contrapartida, la seductora dama habrá conseguido, sin más esfuerzos que la puesta a disposición de sus encantos físicos, alcanzar una posición social muy por encima de la que le correspondería. O sea, un toma y daca con todas las de la ley, al orden del día en otros tiempos, pero actualmente una reliquia obsoleta del pasado. Más actual, aunque no menos chocante, es el caso contrario, el del “hombre florero”. Antes, el “hombre florero” era el príncipe consorte o algún pobre, pero apuesto joven, quien, gracias a su atractivo, conseguía pegar lo que vulgarmente se conoce como “el braguetazo”, o sea desposar a una rica heredera. En la actualidad, se puede denominar “hombre florero” al “guaperas”, novio o acompañante fijo de alguna famosa entrada en años y más o menos tronada, que abriga la esperanza de hacerse lo suficientemente conocido en la prensa rosa para, de esta forma, poderle sacar partido material a su nuevo estatus en la televisión del corazón.
lunes, 21 de marzo de 2011
Pincelada: Mujer florero
"Ser una mujer florero". = Se dice de una mujer bella, generalmente superficial y de intelecto limitado (aunque, eso sí, muy lista y ambiciosa), cuyo único trabajo consiste en servir de adorno a su marido (que suele ser alguien con una alta posición social o/y fortuna). No hay que confundir con la típica “maruja”, que es un ama de casa por vocación, cuya única aspiración en la vida es cuidar de su marido y de sus hijos. En los tiempos actuales, donde la emancipación de la mujer es ya un hecho, aunque todavía queden flecos en algunos campos, la mujer florero no deja de ser un anacronismo. Lo que ocurre es que hay muchas esferas en las que el machismo sigue estando a la orden del día, aunque de una forma más sutil y soterrada. Sin querer dar nombres, ¿no les parece casi ridícula la imagen de un acaudalado hombre de negocios, sesentón avanzado, que se divorcia de su esposa para casarse con su bellísima secretaria (que podría ser casi su nieta)? A partir de ese momento, la ex colaboradora se convierte en el trofeo de caza, que se va a exhibir en eventos y saraos de todo tipo, para poner de manifiesto ante los ojos de los círculos afines la virilidad y potencia sexual del macho en declive. En contrapartida, la seductora dama habrá conseguido, sin más esfuerzos que la puesta a disposición de sus encantos físicos, alcanzar una posición social muy por encima de la que le correspondería. O sea, un toma y daca con todas las de la ley, al orden del día en otros tiempos, pero actualmente una reliquia obsoleta del pasado. Más actual, aunque no menos chocante, es el caso contrario, el del “hombre florero”. Antes, el “hombre florero” era el príncipe consorte o algún pobre, pero apuesto joven, quien, gracias a su atractivo, conseguía pegar lo que vulgarmente se conoce como “el braguetazo”, o sea desposar a una rica heredera. En la actualidad, se puede denominar “hombre florero” al “guaperas”, novio o acompañante fijo de alguna famosa entrada en años y más o menos tronada, que abriga la esperanza de hacerse lo suficientemente conocido en la prensa rosa para, de esta forma, poderle sacar partido material a su nuevo estatus en la televisión del corazón.
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