Ayer, día 6 de julio, a las 12 en punto del mediodía, con el tradicional “chupinazo” se inauguraban en Pamplona, un año más, las Fiestas de San Fermín. El alcalde de la ciudad, desde el balcón del Ayuntamiento, lanzaba su tradicional grito “Pamploneses, pamplonesas: Viva San Fermín, Gora San Fermín” y los miles de pamplonicas y visitantes sedientos de fiesta, venidos de todo el mundo, se anudaban sus pañuelos rojos al cuello. Así daban comienzo oficialmente los nueve días de desmadre, mundialmente conocidos como los “Sanfermines”, una orgía colorística de música, alcohol y toros, que tiene su origen en el siglo XII con los actos religiosos en honor a San Fermín. En el siglo XIV se le añadieron las ferias comerciales y las corridas de toros que desembocarían en las multitudinarias fiestas, tal y como hay las conocemos.
Este año ha habido una gran novedad. Normalmente, el chupinazo se había celebrado hasta ahora con unos buenos lingotazos de cava o sidra que los espectadores llevaban consigo a la plaza del Ayuntamiento. Pero debido a los innumerables heridos que tuvieron que ser atendidos el año pasado por cortes de vidrio, las autoridades tomaron la decisión de prohibir las botellas de vidrio en la plaza. Ante los exhaustivos controles por parte de la policía, a los asistentes no les ha quedado más remedio que pasarse a las botellas de plástico o a las tradicionales botas llenas de buen vino navarro o de sangría casera para celebrar el inicio de sus fiestas patronales.
Hoy a las ocho de la mañana tendrá lugar el primero de los ocho encierros tradicionales. Se puede decir que estos son los actos que más eco tienen en el extranjero, sobre todo entre los americanos, lo cual se debe a Ernest Hemingway que inmortalizó los Sanfermines en su novela “Fiesta”.
Me perdonarán mis lectores, pero hasta el día de hoy no he podido comprender qué aliciente le encuentran los jóvenes mozos en correr por la calle Estafeta delante de una manada de toros. Me parece una locura jugarse la vida de una forma tan estúpida. Cierto es que muchos de ellos no están sobrios, lo cual ya de por sí es una enorme imprudencia. Lo suyo sería estar sereno y en plenas condiciones. Pero, de ser así, probablemente los mozos no osarían ponerse delante de esas bestias. Así, no es de extrañar, que un Sanfermín sí y otro también las fiestas acaben con no pocos heridos de mayor o menor gravedad y algún muerto que hay que repatriar. Se dice que los encierros tienen su origen en el recorrido que tenían que realizar los toros cuando eran conducidos a la plaza donde serían toreados y que fueron mozos del gremio de los carniceros los primeros a los que se les ocurrió correr delante de los morlacos.
Pero los Sanfermines tienen más cosas que ofrecer que los encierros y las corridas de toros. Empecemos por presentarles la locura colectiva de tirarse el día 6 de julio al mediodía de la Fuente de la Navarrería, situada en la calle del mismo nombre. Allí, algunos descerebrados, generalmente en estado de embriaguez (¿quién en su sano juicio cometería semejante desatino?), se tiran al suelo desde lo alto de la fuente, que tiene una altura considerable, esperando que los brazos y manos de los espectadores les recojan en su caída libre. Precisamente ayer, se tuvo que ingresar a dos jóvenes extranjeros que se tiraron de la fuente y sufrieron heridas craneoencefálicas de gravedad. Una desgracia que se hubiese podido evitar si las autoridades competentes hubiesen puesto coto desde hace tiempo a ese tipo de “espectáculos” improvisados.
Menos peligrosos son los simpáticos desfiles de grupos de figuras como gigantes y cabezudos, kilikis, y zaldikos, que se pasean estos días por las calles de Pamplona al ritmo de la música. Estos tradicionales cortejos tienen lugar desde el siglo XIII. Por aquel entonces marchaban sólo tres gigantones (ahora son ocho, de cuatro metros de altura). Los cabezudos que les acompañan son “el alcalde”, “el concejal” y una “pareja de japoneses”. Otros personajes son los “kilikis”, también cabezones. Se llaman “Caravinagre”, “Verrugón”, “Barbas”, “Patata”, “Coletas” y “Napoleón” se dedican a azotar a los niños con un una vejiga de cerdo atada a un palo, que se conoce con el nombre de “verga”. Finalmente, en las comparsas están los zaldikos, unos jinetes medio bufones, medio pajes.
Otra tradición es el “baile de la alpargata” que se celebra del día 7 al 14 a las 9 de la mañana en el Casino Principal, sito en la Plaza del Castillo y suele durar una media hora. Allí se sirve chocolate con churros y es muy apreciado como desayuno por los que todavía no se han acostado y llevan encima una monumental cogorza, aunque la mayor parte de los bailarines, por lo general socios del Casino (que llevan puestas las alpargatas que dan nombre al baile), están sobrios.
Para terminar, me gustaría hacer especial mención a las famosas “peñas”, sin las cuales los Sanfermines no serían lo que son. En la actualidad existen 15 en Pamplona. Estos grupos, que ejercen de animadores, van ataviados con una blusa con los colores típicos de cada peña. Son los únicos que pueden vestir de una manera distinta a la camiseta y el pantalón blanco, faja roja a la cintura y pañuelico en la muñeca o en el bolsillo, que son los atuendos característicos de los participantes en las fiestas.
Si quieren saber más sobre los actos de este año, la comida tradicional y un largo etcétera, les aconsejo que lean la página web: www.sanfermin.com que les proporcionará una información exhaustiva sobre el evento.
Margarita Rey
Este año ha habido una gran novedad. Normalmente, el chupinazo se había celebrado hasta ahora con unos buenos lingotazos de cava o sidra que los espectadores llevaban consigo a la plaza del Ayuntamiento. Pero debido a los innumerables heridos que tuvieron que ser atendidos el año pasado por cortes de vidrio, las autoridades tomaron la decisión de prohibir las botellas de vidrio en la plaza. Ante los exhaustivos controles por parte de la policía, a los asistentes no les ha quedado más remedio que pasarse a las botellas de plástico o a las tradicionales botas llenas de buen vino navarro o de sangría casera para celebrar el inicio de sus fiestas patronales.
Hoy a las ocho de la mañana tendrá lugar el primero de los ocho encierros tradicionales. Se puede decir que estos son los actos que más eco tienen en el extranjero, sobre todo entre los americanos, lo cual se debe a Ernest Hemingway que inmortalizó los Sanfermines en su novela “Fiesta”.
Me perdonarán mis lectores, pero hasta el día de hoy no he podido comprender qué aliciente le encuentran los jóvenes mozos en correr por la calle Estafeta delante de una manada de toros. Me parece una locura jugarse la vida de una forma tan estúpida. Cierto es que muchos de ellos no están sobrios, lo cual ya de por sí es una enorme imprudencia. Lo suyo sería estar sereno y en plenas condiciones. Pero, de ser así, probablemente los mozos no osarían ponerse delante de esas bestias. Así, no es de extrañar, que un Sanfermín sí y otro también las fiestas acaben con no pocos heridos de mayor o menor gravedad y algún muerto que hay que repatriar. Se dice que los encierros tienen su origen en el recorrido que tenían que realizar los toros cuando eran conducidos a la plaza donde serían toreados y que fueron mozos del gremio de los carniceros los primeros a los que se les ocurrió correr delante de los morlacos.
Pero los Sanfermines tienen más cosas que ofrecer que los encierros y las corridas de toros. Empecemos por presentarles la locura colectiva de tirarse el día 6 de julio al mediodía de la Fuente de la Navarrería, situada en la calle del mismo nombre. Allí, algunos descerebrados, generalmente en estado de embriaguez (¿quién en su sano juicio cometería semejante desatino?), se tiran al suelo desde lo alto de la fuente, que tiene una altura considerable, esperando que los brazos y manos de los espectadores les recojan en su caída libre. Precisamente ayer, se tuvo que ingresar a dos jóvenes extranjeros que se tiraron de la fuente y sufrieron heridas craneoencefálicas de gravedad. Una desgracia que se hubiese podido evitar si las autoridades competentes hubiesen puesto coto desde hace tiempo a ese tipo de “espectáculos” improvisados.
Menos peligrosos son los simpáticos desfiles de grupos de figuras como gigantes y cabezudos, kilikis, y zaldikos, que se pasean estos días por las calles de Pamplona al ritmo de la música. Estos tradicionales cortejos tienen lugar desde el siglo XIII. Por aquel entonces marchaban sólo tres gigantones (ahora son ocho, de cuatro metros de altura). Los cabezudos que les acompañan son “el alcalde”, “el concejal” y una “pareja de japoneses”. Otros personajes son los “kilikis”, también cabezones. Se llaman “Caravinagre”, “Verrugón”, “Barbas”, “Patata”, “Coletas” y “Napoleón” se dedican a azotar a los niños con un una vejiga de cerdo atada a un palo, que se conoce con el nombre de “verga”. Finalmente, en las comparsas están los zaldikos, unos jinetes medio bufones, medio pajes.
Otra tradición es el “baile de la alpargata” que se celebra del día 7 al 14 a las 9 de la mañana en el Casino Principal, sito en la Plaza del Castillo y suele durar una media hora. Allí se sirve chocolate con churros y es muy apreciado como desayuno por los que todavía no se han acostado y llevan encima una monumental cogorza, aunque la mayor parte de los bailarines, por lo general socios del Casino (que llevan puestas las alpargatas que dan nombre al baile), están sobrios.
Para terminar, me gustaría hacer especial mención a las famosas “peñas”, sin las cuales los Sanfermines no serían lo que son. En la actualidad existen 15 en Pamplona. Estos grupos, que ejercen de animadores, van ataviados con una blusa con los colores típicos de cada peña. Son los únicos que pueden vestir de una manera distinta a la camiseta y el pantalón blanco, faja roja a la cintura y pañuelico en la muñeca o en el bolsillo, que son los atuendos característicos de los participantes en las fiestas.
Si quieren saber más sobre los actos de este año, la comida tradicional y un largo etcétera, les aconsejo que lean la página web: www.sanfermin.com que les proporcionará una información exhaustiva sobre el evento.
Margarita Rey
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