martes, 26 de julio de 2011

Pincelada: Dejar de fumar


Antes de empezar, quiero dejar bien claro que soy no fumadora. Puede que en toda mi vida haya consumido, como mucho, unos treinta cigarrillos, la mayor parte de ellos cuando estaba estudiando en Inglaterra porque, por aquel entonces (en los años sesenta) las niñas tontas considerábamos chic encender un pitillo de vez en cuando. Creíamos que nos daba un cierto aire de modernidad y un toque de glamour.

Estoy convencida de que el tabaco es muy perjudicial para la salud. Personalmente, sin embargo, estoy en contra de las medidas restrictivas que ha tomado el Gobierno contra los fumadores por considerarlas hipócritas, ya que el Estado es el primer beneficiario del gravamen que se aplica al tabaco. Por lo demás, está provocando la caída en picado de un sector, ya de por sí maltrecho debido a la crisis reinante: la hostelería, que ha estado dando hasta ahora trabajo a un gran número de personas en nuestro país, muchas de las cuales se han tenido que ir ahora al paro.

Plantarle cara al tabaco no es fácil para un fumador empedernido, ya que tendrá que enfrentarse a un tremendo síndrome de abstinencia, que requiere, incluso, una terapia de grupo en alguna unidad especializada. Debido a las largas listas de espera o a la falta de tiempo para asistir a las sesiones presenciales, muchos tabacodependientes se deciden por un tratamiento farmacológico, que pagan de su propio bolsillo. Al final, el fumador se encuentra con que el tratamiento sustitutivo le cuesta lo mismo que el tabaco que se fuma diariamente, por lo que, si el motivo que le lleva a intentar dejar de fumar es sólo de índole económica, finalmente desistirá de su empeño. Otra cosa es si la persona que quiere dejar de fumar está plenamente convencida de su propósito de abandonar el tabaco. En ese caso, lo considerará una inversión en salud.
Margarita Rey

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