lunes, 11 de julio de 2011

Pincelada: El ligón



La temporada de vacaciones empezó oficialmente el 1° de julio y con ella, como todos los años por estas fechas, hacen su aparición como una plaga de langostas los “ligones” veraniegos.

Pero veamos cómo podríamos describir a un ligón. Vayamos por partes: El diccionario define al ligón como “alguien que tiene tendencia a entablar relaciones amorosas o sexuales superficiales”. Sin embargo, convendría hilar un poco más fino y hacer todavía algunas distinciones a la hora de trazar un retrato de ese curioso y variopinto personaje.

Empecemos por el ligón de playa, ese ridículo individuo que suele sacar a pasear sus músculos por la arena, mientras otea el horizonte en busca de una chica guapa que no pueda resistirse a sus encantos. Aguantando la respiración y marcando los pectorales que ha trabajado durante todo el invierno en el gimnasio, garbea su cuerpo serrano por la orilla del mar hasta que divisa a una posible víctima. Entonces, contoneándose y enseñando sus blancos dientes cual tiburón famélico, se acerca a su elegida con el ánimo de conquistarla con su atractivo arrollador. El próximo paso es tenderse junto a ella y sonreírle torciendo la comisura de los labios, al estilo chulesco de Sean Penn en su última película. Y este es el momento de entrarle a la chica preguntándole alguna cosilla para entablar de alguna manera conversación. De su labia depende ahora que su dama sucumba o no al acoso. De no obtener el éxito deseado, el “moscón” se alejará sin más, a la búsqueda de otra eventual “presa”. Y así, una y otra vez, hasta conseguir sus objetivos (¡o no!).

Otra subespecie de esos donjuanes de vía estrecha es el ligón de discoteca. Me refiero a ese florero aguantacubatas que se apoya en la pared de la discoteca con la misma mueca en la cara que Sylvester Stallone cuando intenta sonreir. Con una caída de ojos que él considera irresistible, observa al personal femenino, hasta encontrar a alguien a quien ponerle la proa. Lo gracioso del caso es que, la mayor parte de esos galanes de noche, no consigue, por mucho que lo intente, llevarse el gato al agua y, mucho menos, si durante la velada ha ido acumulando alcohol en sangre, hasta el punto de convertir su verborrea inicial en un patético discurso de tintes surrealistas.

Lo malo es que ese cutre sujeto se ve a sí mismo como un auténtico seductor, cuando la diferencia entre un ligón y un seductor es abismal. El seductor es alguien que domina el arte del flirt, el que hace que una mujer se sienta hembra, atractiva y única. Un seductor nunca acosa, porque sabe halagar sin llegar a ser empalagoso, y es un maestro en la técnica de la galantería. Es el perfecto caballero, seductor y fascinante, que encandila a las mujeres con su savoir-faire. O sea, el polo opuesto de ese vulgar y esperpéntico ser que malgasta su tiempo en locales de ocio nocturno intentando, sin disimulos, llevarse a la cama a cualquier fémina que se le ponga por delante.

Por supuesto, siempre hay mujeres para todo. Muchas de ellas, tan ávidas de sexo como ellos, acaban cayendo en el catre del ligón de turno. Pero son las menos. Generalmente, al ligón se le tiene bastante calado y, como las chicas ya saben que es un salidorro, algunas le toman el pelo de mala manera para sacarle alguna consumición por el morro. Al final, al pobre macho, no le queda más remedio que abandonar la discoteca, borracho y con el rabo entre las patas. Pero él no se dejará vencer por el desánimo. Lo intentará tantas veces como sea necesario hasta conseguir cantar victoria, aun cuando el trofeo no llegue finalmente a parecerse ni remotamente al objetivo que se había fijado el pollo al salir “de safari”.

Por cierto, según un estudio realizado en Italia hace un par de años, parece ser que el tradicional “pappagallo” tiene los días contados en ese país. Ello se debe a la creciente timidez de los jóvenes, que no se atreven a acercarse a las mujeres por temor a ser rechazados. La sexóloga Serenella Salomoni, coordinadora del estudio, .comentó que “los jóvenes italianos, bloqueados por el miedo y las inseguridades, tienen dificultades para acercarse a personas del sexo opuesto, con lo que acaban solos o rodeados por los amigos de toda la vida”. ¿Les sucederá algún día lo mismo a los cada vez más trasnochados ligones españoles? Ojalá.
Margarita Rey

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