En las democracias, con la libertad de los medios de comunicación, proliferan los llamados institutos de sondeo de la opinión pública, que son muy controvertidos. La acusación de partidistas viene, por supuesto, del partido que peor resultado arroje en la encuesta. Si el fenómeno no se diera en campo tan aleatorio como la política, podríamos extrañarnos de que también el partido mejor valorado, acusara al instituto de sondeo de la opinión pública de partidismo, porque, así el razonamiento, los votantes del partido perdedores verían motivados a acudir en masa a las urnas para salvar a su partido. Por su parte, el partido peor valorado puede reprochar al instituto de encuestas dar ánimos a los del otro partido para aumentar más todavía la victoria.
Creo que no debe darse a las encuestas más valor que una opinión ocasional, dependiente de muchos factores, incluido el mal humor por el recibo de la luz. Si al día siguiente preguntaran a la misma persona, tal vez diría todo lo contrario. Las encuestas dependen, no en último lugar, del estado de ánimo del encuestado. Pueden servir de orientación general de la tendencia política dominante, pero no son absolutamente ciertas. Eso sí: son fácilmente manipulables por los fontaneros mediáticos y sus jefes. Absolutamente fiables, en una auténtica y sana democracia, son los resultados que arrojen las urnas.
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