jueves, 28 de abril de 2011

Pincelada: Montserrat



Hoy tengo que entonar un “mea culpa” y pido sinceramente a los lectores de “Pinceladas” que me perdonen. Ayer se celebró el día de la Virgen de Montserrat, la patrona de Cataluña y, por consiguiente, la onomástica de todas las Montses, dentro y fuera del Principado. Seguramente, los cambios atmosféricos fueron la causa de ese olvido tan garrafal para una barcelonesa de nacimiento. Montserrat significa en catalán "monte serrado" y hace referencia al agreste aspecto de la montaña a 720 metros sobre el nivel del mar, que alberga el monasterio del mismo nombre y a su virgencita negra. Aunque no me cuente entre los católicos practicantes, ¿cómo podía yo olvidar a “la Moreneta” y su significado para mi tierra donde los bebés eran acunados con el “Virolai” (himno con letra del poeta Jacint Verdaguer, dedicado a la Virgen de Montserrat y considerado símbolo espiritual y patriótico de todos los catalanes)?

Empecemos por la leyenda. Según ella, la imagen fue tallada en madera en Jerusalén por San Lucas. Al parecer, San Pedro la llevó a Cataluña. Más tarde, ante el peligro árabe, los fieles la escondieron en una cueva de Montserrat, donde en el año 880 fue descubierta por unos pastores. Después de que el pueblo le atribuyese una serie de milagros, la cueva se convirtió en lugar de peregrinación, del que surgió una ermita y, después, un santuario. La devoción popular consiguió que en ese mismo emplazamiento se construyese más tarde un monasterio, del que se hizo cargo una comunicad de monjes benedictinos. Con el tiempo, hablamos ya del siglo XII, las donaciones de los peregrinos permitieron a los monjes construir una iglesia románica y constituirse en abadía.

Pero, aparte de todos estos datos históricos, para los catalanes y españoles de mi generación, por muy jóvenes que entonces fuésemos, Montserrat se convirtió en un símbolo de la resistencia antifranquista. Yo era casi una niña cuando el Abad Escarré, prior del Monasterio, concedió una entrevista al diario francés “Le Monde”, que levantó ampollas en el régimen del “generalísimo”. Sobre todo porque, después de la guerra civil y debido al martirio y asesinato de una serie de monjes benedictinos pertenecientes al monasterio de Montserrat por elementos incontrolados de la República, Escarré se mostró más bien afín a la dictadura de Franco y el sistema le consideraba uno de los suyos. La escalada de enfrentamientos con el franquismo obligó a Escarré a exiliarse a Italia y renunciar a su cargo. Regresó a Cataluña, víctima de una enfermedad incurable y su entierro multitudinario se convirtió en una manifestación multitudinaria contra la represión y que el régimen consideró como una provocación subversiva.

El sucesor de Escarré, Cassiá María Just, tampoco fue un gran amigo de la dictadura. En los años posconciliares, su postura fue muy clara: Montserrat tenía que ser un centro de acogida de todas las tendencias de la sociedad de la época, fueran cuales fueren sus simpatías políticas. La autorización del famoso encierro de numerosos intelectuales demócratas en Montserrat, le valió la enemistad de todos los adláteres de un sistema casi en sus últimos estertores. Defensor de un catalanismo moderado, Cassiá María Just fue un representante del senyi (sentido común) catalán, que en los últimos años parecen haber perdido todos los partidos políticos de la Comunidad Autónoma de Cataluña.
Margarita Rey

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