miércoles, 13 de abril de 2011

Pincelada: "Quemar las naves"




En el instituto aprendí que fue Hernán Cortés quien pronunció la famosa frase allá por los años 1518 – 1519. Cortés había partido de Cuba con once naves para conquistar cualquier territorio que fuese capaz de alcanzar con esos primitivos navíos, a los que hoy calificaríamos como “cáscaras de nuez”. Este hijo de un hidalgo extremeño no sabía todavía que estaba a punto de descubrir una civilización única, el Imperio Azteca. Hernán Cortés desembarcó con su tripulación en el lugar donde más tarde fue fundada la ciudad de Veracruz. Sabía que iban a tener que enfrentarse a innumerables peligros: pueblos hostiles, una naturaleza inhóspita y plagas desconocidas. Para evitar que sus hombres desertaran, Cortés, según unas versiones, mandó quemar los barcos. Según otras y habida cuenta que los navíos habían llegado en un estado lamentable, los hizo hundir. Las opciones eran claras: o triunfar o fracasar (lo que significaba luchar hasta el final y dejarse la piel antes de caer). Si damos oídos a las malas lenguas, a Cortés no le quedó más remedio que tomar esta medida drástica, después que llegó a sus oídos que existía una conspiración para robar un barco cargado con oro y dirigirse con él a Cuba.

Pero parece que nuestros patrióticos historiadores se adornaron, una vez más, con plumas ajenas, pues existen testimonios escritos según los cuales fue Alejandro Magno el primero que tuvo que adoptar hacia el año 335 a. C. tal radical decisión. Dicen las crónicas que la marina del gran estratega se tuvo que enfrentar a una gran resistencia al intentar desembarcar en Fenicia (el actual Líbano). Después de duros combates, su tropa estaba exhausta y con la moral por los suelos, ya que los soldados enemigos triplicaban en número a su ejercito. Para motivarles, Alejandro Magno, nada más tomar tierra, ordenó quemar las naves y reunió a sus fieles para hacerles saber que el sentido de tal disposición era que ya no necesitaban de sus bajeles para su regreso, puesto que iban a ganar la batalla y retornar a sus hogares a bordo de las embarcaciones conquistadas. Y con ese subidón de ánimo, los hombres de Alejandro Magno consiguieron ganar la batalla. Sea como fuere, la expresión “quemar las naves” se ha mantenido hasta nuestros días como sinónimo de tomar una decisión arriesgada, de la que ya no es posible volverse atrás.


Margarita Rey

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