Leyendo este popular dicho, que se cita en “Nuestra lengua”, me ha venido a la cabeza la sangre que desde los mismos comienzos del cristianismo (cuyo auténtico orgnizador fue Pablo de Tarso) ha corrido hasta hace relativamente poco en la disputa sobre la divinidad de Jesús. Si incluimos también a los cátaros y los templarios, la cifra de asesinados por esta discusión, la mayoría no sólo pasados por las armas, sino quemados en las hogueras de la Inquisición, rebasa el millón. Hay que decir que hubo más exterminados en Francia, por ejemplo, que en España, donde las torturas y el fuego de la Inquisición nutren gran parte de la Leyenda Negra. La Iglesia católica española estaba más bien especializada en judíos ricos. Una vez ejecutados, la Iglesia se quedaba con sus propiedades.
La Iglesia ha tenido que pedir perdón por las muchas barbaridades cometidas, entre ellas, la ejecución de Galileo, y la de tantos teólogos y herejes que negaban que Jesús fuese Dios. En aquellos tiempos, todo el mundo era o hijo de dios (los atletas romanos) o dios en persona (el Cesar). No es de extrañar que el pueblo, entusiasmado por las predicaciones de Jesús y en la falsa creencia de que se trataba del esperado mesías, le nombrase “hijo de Dios”. Hoy resulta que todos somos hijos de dios, por lo tanto que, según la Iglesia, somos sus “amadas” criaturas (véanse tsunamis, terremotos, volcanes, inundaciones). De haber existido Jesús, (de quien casi no hay una referencia histórica fiable, como hubiese cabido esperar de una persona que arrastra multitudes tras de sí y hace milagros), para muchos historiadores el Jesús de los Evangelios tiene muy poco que ver con el presunto Jesús real. Una afirmación hacen los historiadores, en su mayoría anglosajones: Jesús nunca dejó de ser judío practicante y nunca pensó en fundar una Iglesia. De eso se encargó el epiléptico Pablo de Tarso, cuya conversión al cristianismo (había sido uno de sus peores perseguidores) ocurrió como consecuencia de un ataque de epilepsia que le arrojó de su caballo al suelo, y allí tuvo sus visiones, típicas de esta enfermedad. Pablo jamás se encontró con Jesús, decía que hablaba con él durante sus visiones. Toda esta mezcolanza de visiones, mitos, leyendas, afirmaciones absurdas y creación de dioses no es privativa de la Iglesia católica. Con las demás religiones ocurre lo mismo. Así, en el Islam el profeta Mahoma sube al cielo en un corcel blanco. Y si nos intricamos por el judaísmo, tenemos la impresión de vivir en un abigarrado mundo de fantasía, en el que el pueblo elegido, los judíos, son maltratados constantemente por su dios Jehová. La Biblia con su colección de antiquísimos relatos, algunos incluso de 5.000 años de antigüedad, resulta un libro muy entretenido, en el que no faltan tampoco picantes narraciones sexuales.
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