La Dirección General de Tráfico (DGT) publica sistemáticamente avisos truculentos de lo que puede pasar cuando no se respetan las normas de tráfico. No dudo de la efectividad en muchos casos de estos anuncios extraídos de la más dramática actualidad. Pero creo que estas campañas no bastan. Hay que tomar además otras medidas más drásticas. Tendrían que ser sometidos a unos severos tests socio-psicológicos todos los candidatos a un permiso de conducir. En los tests tendría que investigarse la niñez del futuro automovilista, su currículo existencial-psicológico hasta el momento en que aspire a poseer una licencia para circular. Individuos egoístas, coléricos, acomplejados (no olvidemos la interrelación entre complejo de inferioridad y de superioridad), agresivos y de débil estructura de carácter no deberían recibir el permiso por ser “peligros potenciales” para los demás.
¿Quién no conoce al conductor que te mira casi con odio porque le has adelantado, como si adelantar fuese un sinónimo de vencer. En la próxima ocasión, el adelantado te adelantará a ti con una expresión de revancha. Así cura la herida recibida en su personalidad. También están los conductores que por nada en el mundo se dejan adelantar aunque tengan que superar el límite de velocidad permitida. Luego están los que saltándose la señal de stop invaden la autovía o autopista, obligando a súbitos frenazos a los vehículos que circulan por el carril de la derecha. Vi un caso así que podía haber acabado en una catástrofe en serie. El individuo se metió en la autopista, cando aún no le correspondía, en seguida se pasó al carril central por donde circulaban bastantes vehículos, que tuvieron que frenar casi en seco, y estuvo a punto de estrellarse contra la trasera de un camión. El frenazo fue fenomenal. Vi salir chispas, humo y percibí un fuerte olor a caucho quemado. Pero el salvaje al volante no se amilanó: de un salto se colocó en la banda izquierda y adelantó al camión y otros camiones, perdiéndose en la lejanía. Creo que su cerebro no había registrado el peligro que nos había hecho correr a todos.
Qué lástima que nuestra guardia civil de tráfico no puede estar en todas partes y que sean insuficientes todos los controles, incluso los aéreos. Un tipo como el descrito hubiese tenido que perder el permiso e ir a parar por una temporada a la cárcel o a un centro de observación psiquiátrico-psicológico.
Para determinados conductores, el coche no es una máquina para viajar, sino su alter ego, su otro Yo. Cuanto más caballos, más fuerte se siente la débil personalidad; se convierte así el acelerador en el Yo deseado o no descubierto. Lo malo es que el pato por las incertidumbres psíquicas lo pagan también conductores inocentes.
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