Es imposible mantener la calma cuando la radio vomita noticias que nos piden con urgencia que nos apretemos el cinturón mientras nos van detallando los sueldos de los grandes ejecutivos del IBEX. La indecencia está en consonancia con la desproporción. No sé cuál es la razón por la que alguien -Juan Luis Cebrián-, puede ganar 8,2 millones de euros mientras la empresa que le paga semejante cifra pierde 451 millones. Tampoco entiendo cómo es posible que en estos tiempos en que el sistema financiero nos ha llevado al lugar en que estamos el consejero delegado de un banco -Alfredo Sáenz-, perciba 11,6 millones al año. Es más, incluso aunque la gestión de un alto ejecutivo diera enormes beneficios a sus empresarios no entendería yo la razón por la que un hombre, una persona, un ejecutivo, un consejero delegado ha de ganar semejante cantidad.
Podría sostener mi opinión recordando que es un acto inhumano mantener estos sueldos con los millones de parados que hay en España; podría incurrir en razonable ejercicio demagógico y citar aquí a los millones de jóvenes preparados y sin preparar que no saben aun lo que es un empleo, o que el que han probado es sólo precariedad y basura. Podría ir más lejos y ocupar todo el espacio de esta columna con nombres y apellidos que desde sus empresas declaran ganar un dineral y demuestran así estar al margen de la crisis. Con ellos no va la crisis. Incluso alguno hay que pide contención en el gasto público; los hay también que se permiten afirmar que es mejor bajar los salarios antes que poner trabajadores en la cola del INEM.
Hay días en los que sostener la calma y el equilibrio es un acto de valentía. Y de paciencia. Y de decencia. Y de ejemplaridad. Pero este es un ejercicio que mantienen siempre los mismos, con crisis y sin ella. Estos momentos de dificultad son también de clarificación: los que empujan y harán que remontemos siempre son los mismos. Y no tienen nombres y apellidos conocidos. Sus actos no son recogidos por la prensa y sin embargo son héroes. O lo son para mí. El que hace el pan, el que conduce un autobús, el que va al mercado y por el camino va haciendo operaciones aritméticas a ver cómo estira el sueldo, el que enseña en una escuela, el que opera y atiende enfermos sin mirar el reloj, el que cree que solo saldremos de esto haciendo bien el trabajo sin reparar necesariamente en la nómina. Nunca serán consejeros delegados de nada, ni siquiera de sus hogares, pero descubren ante nuestros ojos la dignidad de una vida frente a ese ejercicio de ostentación y lujo de los sueldos millonarios. Hay quien dice no entender cómo un país no explota y se contiene frente a este baile infame en el que pobres y ricos se mueven por la misma pista. Mejor no tentar al diablo. Mejor pensar que la decencia y la dignidad no cotizan en Bolsa.
Fuente: El Diario Vasco (diariovasco.com) - Opinión
Autor: Félix Madero
Podría sostener mi opinión recordando que es un acto inhumano mantener estos sueldos con los millones de parados que hay en España; podría incurrir en razonable ejercicio demagógico y citar aquí a los millones de jóvenes preparados y sin preparar que no saben aun lo que es un empleo, o que el que han probado es sólo precariedad y basura. Podría ir más lejos y ocupar todo el espacio de esta columna con nombres y apellidos que desde sus empresas declaran ganar un dineral y demuestran así estar al margen de la crisis. Con ellos no va la crisis. Incluso alguno hay que pide contención en el gasto público; los hay también que se permiten afirmar que es mejor bajar los salarios antes que poner trabajadores en la cola del INEM.
Hay días en los que sostener la calma y el equilibrio es un acto de valentía. Y de paciencia. Y de decencia. Y de ejemplaridad. Pero este es un ejercicio que mantienen siempre los mismos, con crisis y sin ella. Estos momentos de dificultad son también de clarificación: los que empujan y harán que remontemos siempre son los mismos. Y no tienen nombres y apellidos conocidos. Sus actos no son recogidos por la prensa y sin embargo son héroes. O lo son para mí. El que hace el pan, el que conduce un autobús, el que va al mercado y por el camino va haciendo operaciones aritméticas a ver cómo estira el sueldo, el que enseña en una escuela, el que opera y atiende enfermos sin mirar el reloj, el que cree que solo saldremos de esto haciendo bien el trabajo sin reparar necesariamente en la nómina. Nunca serán consejeros delegados de nada, ni siquiera de sus hogares, pero descubren ante nuestros ojos la dignidad de una vida frente a ese ejercicio de ostentación y lujo de los sueldos millonarios. Hay quien dice no entender cómo un país no explota y se contiene frente a este baile infame en el que pobres y ricos se mueven por la misma pista. Mejor no tentar al diablo. Mejor pensar que la decencia y la dignidad no cotizan en Bolsa.
Fuente: El Diario Vasco (diariovasco.com) - Opinión
Autor: Félix Madero
No hay comentarios:
Publicar un comentario