„Por atún y a ver al Duque“. Puede que alguna vez hayan utilizado este dicho cuando alguien pone un falso pretexto para despistar a los demás, es decir con el propósito de disimular u ocultar sus verdaderas intenciones a terceros. También se utiliza para describir a alguien que hace algo con dos fines.
El Duque al que el refrán hace referencia, es don Alonso Pérez de Guzmán, Duque de Medina-Sidonia, conocido también con el sobrenombre de “rey de los atunes”. En el siglo XII el duque de Medina-Sidonia recibió del rey el privilegio de explotar las almadrabas del sur atlántico y del Mediterráneo. En relación a ese tema, José Ignacio de Arana escribe el 21.04.10 en “Laboratorio del Lenguaje”:
“La frase, de autor desconocido pero de indudable origen popular, aparece ya citada en alguna obra literaria del Siglo de Oro como La ilustre fregona, de Cervantes. Hace alusión a las almadrabas de la población gaditana de Zahara de los Atunes y al duque de Medina Sidonia, grande entre los grandes de España y dueño de esas pesquerías. El ir hasta allí para comprar el atún era una buena excusa para encontrarse con el todopoderoso aristócrata que solía asistir personalmente a las duras y espectaculares tareas de ese tipo de pesca; si se lograba entablar conversación con él, cosa no muy difícil por la habitual campechanía de quien ostentaba el título en la época cervantina (Don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Sotomayor, el mismo que mandó la Armada Invencible con desastrosas consecuencias), se podía aprovechar para obtener algún beneficio adicional a la visita; incluso, ese contacto, en apariencia casual, era el principal motivo de emprender el largo viaje desde cualquier punto de España hasta la entonces no tan accesible costa andaluza para, en apariencia, comprar un pescado que ni se necesitaba ni llegaría en buenas condiciones a la mesa del comprador”.
Para aquellos que lo hayan olvidado, la almadraba es un método tradicional milenario de capturar el atún en el Mediterráneo. Aunque la palabra se deriva de un vocablo árabe-hispánico que significa “lugar donde se golpea o lucha” (probablemente, debido a los fuertes golpes que hay que asestar a los atunes antes de poder izarlos a bordo de la embarcación encargada de su pesca), este sistema de pesca tendría unos 3.000 años de antigüedad, pues, al parecer, era ya conocido por tartesios y fenicios. Se puede decir que este modo de pescar se ha conservado hasta nuestros días con casi las mismas técnicas que en sus comienzos. Se trata de instalar un laberinto de redes para interceptar el paso de los atunes en su camino migratorio desde el Círculo Polar Ártico al Mar Mediterráneo que, debido a sus cálidas aguas, es más propicio para la reproducción y que tiene lugar entre los meses de abril a agosto. Para capturarlos en su venida a la Península o en el viaje de regreso a las aguas frías, se instala la almadraba, que les conducirá a ese callejón sin salida formado por el entramado de redes, en las que quedarán atrapados hasta el momento de la “levantá”, que es cuando los atuneros levantan la red y desangran y arponean a sus presas para poder subirlas después a bordo de sus embarcaciones.
Desgraciadamente, ese milenario método de pescar está en vías de extinción en el Mediterráneo. Ello se debe a la presión que ejerce Japón sobre los mercados. Japón es el mayor consumidor mundial de atún de primera calidad y paga precios exorbitantes por ese “cerdo de mar” -como le apodaban los romanos-, lo que ha provocado en un periodo de tiempo relativamente corto una sobrepesca de los túnidos por parte de no pocos patrones pesqueros, deslumbrados miopemente por el falso brillo de unas ganancias a corto plazo. El resultado no se ha hecho esperar. Se puede decir que nuestros caladeros han sido esquilmados y muchas pesquerías que vivían de la pesca con almadraba han tenido que cerrar sus puertas debido a la escasez de atunes. No hay que ser muy pesimista para augurarle un negro futuro a un ancestral arte de pescar que, de seguir por ese camino, no tardará en extinguirse, como ya ha ocurrido anteriormente con tantos otros oficios artesanales.
Margarita Rey
El Duque al que el refrán hace referencia, es don Alonso Pérez de Guzmán, Duque de Medina-Sidonia, conocido también con el sobrenombre de “rey de los atunes”. En el siglo XII el duque de Medina-Sidonia recibió del rey el privilegio de explotar las almadrabas del sur atlántico y del Mediterráneo. En relación a ese tema, José Ignacio de Arana escribe el 21.04.10 en “Laboratorio del Lenguaje”:
“La frase, de autor desconocido pero de indudable origen popular, aparece ya citada en alguna obra literaria del Siglo de Oro como La ilustre fregona, de Cervantes. Hace alusión a las almadrabas de la población gaditana de Zahara de los Atunes y al duque de Medina Sidonia, grande entre los grandes de España y dueño de esas pesquerías. El ir hasta allí para comprar el atún era una buena excusa para encontrarse con el todopoderoso aristócrata que solía asistir personalmente a las duras y espectaculares tareas de ese tipo de pesca; si se lograba entablar conversación con él, cosa no muy difícil por la habitual campechanía de quien ostentaba el título en la época cervantina (Don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Sotomayor, el mismo que mandó la Armada Invencible con desastrosas consecuencias), se podía aprovechar para obtener algún beneficio adicional a la visita; incluso, ese contacto, en apariencia casual, era el principal motivo de emprender el largo viaje desde cualquier punto de España hasta la entonces no tan accesible costa andaluza para, en apariencia, comprar un pescado que ni se necesitaba ni llegaría en buenas condiciones a la mesa del comprador”.
Para aquellos que lo hayan olvidado, la almadraba es un método tradicional milenario de capturar el atún en el Mediterráneo. Aunque la palabra se deriva de un vocablo árabe-hispánico que significa “lugar donde se golpea o lucha” (probablemente, debido a los fuertes golpes que hay que asestar a los atunes antes de poder izarlos a bordo de la embarcación encargada de su pesca), este sistema de pesca tendría unos 3.000 años de antigüedad, pues, al parecer, era ya conocido por tartesios y fenicios. Se puede decir que este modo de pescar se ha conservado hasta nuestros días con casi las mismas técnicas que en sus comienzos. Se trata de instalar un laberinto de redes para interceptar el paso de los atunes en su camino migratorio desde el Círculo Polar Ártico al Mar Mediterráneo que, debido a sus cálidas aguas, es más propicio para la reproducción y que tiene lugar entre los meses de abril a agosto. Para capturarlos en su venida a la Península o en el viaje de regreso a las aguas frías, se instala la almadraba, que les conducirá a ese callejón sin salida formado por el entramado de redes, en las que quedarán atrapados hasta el momento de la “levantá”, que es cuando los atuneros levantan la red y desangran y arponean a sus presas para poder subirlas después a bordo de sus embarcaciones.
Desgraciadamente, ese milenario método de pescar está en vías de extinción en el Mediterráneo. Ello se debe a la presión que ejerce Japón sobre los mercados. Japón es el mayor consumidor mundial de atún de primera calidad y paga precios exorbitantes por ese “cerdo de mar” -como le apodaban los romanos-, lo que ha provocado en un periodo de tiempo relativamente corto una sobrepesca de los túnidos por parte de no pocos patrones pesqueros, deslumbrados miopemente por el falso brillo de unas ganancias a corto plazo. El resultado no se ha hecho esperar. Se puede decir que nuestros caladeros han sido esquilmados y muchas pesquerías que vivían de la pesca con almadraba han tenido que cerrar sus puertas debido a la escasez de atunes. No hay que ser muy pesimista para augurarle un negro futuro a un ancestral arte de pescar que, de seguir por ese camino, no tardará en extinguirse, como ya ha ocurrido anteriormente con tantos otros oficios artesanales.
Margarita Rey
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