jueves, 16 de febrero de 2012

Leído en la Prensa: Otro Gobierno que nos mienta




Rajoy y sus pretorianos repitieron decenas de veces antes de pasar por las urnas que no abaratarían el despido; y naturalmente la nueva reforma laboral lo abarata. Hay que admitir que el Gobierno está brillando ahí donde es más difícil destacar en España: la mentira política. El primer gesto de Rajoy en la Moncloa, ese que suele marcar la impronta presidencial, ya fue una subida de impuestos que antes había negado sistemáticamente (Zapatero se estrenó con la retirada de tropas de Irak, por cierto también incumpliendo los plazos apalabrados) y ahora su segunda gran reforma repite la lógica mendaz de donde dije digo.

El Gobierno hace su trabajo entendiendo que lo que hacen no tiene por qué parecerse a lo que decían que harían, desde el copago judicial a reformar la Educación sin consenso, y suma y sigue. Pero el quid de todo esto es la indiferencia de la sociedad. La reacción común es «bien, son mentiras, ¿y qué? Todos mienten». Esta claudicación ética constituye toda una síntesis del país: la mentira está tolerada. En España parece impensable que el electorado castigue a un dirigente como en el histórico desastre de Bush senior por subir los impuestos tras ganar con el lema 'no more taxes'. Por eso ayer nadie ponía la mano en el fuego por el gabinete bajo sospecha en Europa de mentir sobre el déficit.

Uno de los eslóganes de mayor éxito en la última década ha sido paradójicamente 'Merecemos un Gobierno que no nos mienta'. Usado por la izquierda en 2004 contra las medias verdades fulleras de Moncloa con la tesis de ETA sobre el 11-M, después ha sido empleado por la derecha contra las contradicciones falaces entre el programa socialista y la realidad, desde 'el pleno empleo' a los cinco millones de desempleados. A estas alturas ese eslogan de laboratorio de marketing está agotado. Los gobiernos mienten. Y mienten porque tienen la certeza de que sus electorados aceptan que les mientan. El votante español, como los personajes de las coplas de Quintero, León y Quiroga, está dispuesto a que les engañen y aun así mantenerse fiel. En el peor de los casos la mentira se considera un pecado venial; y a veces incluso una habilidad política. Los escrúpulos kantianos a la mentira aquí son considerados estrecheces de calvinistas. Hay que ser flexible, como con la corrupción: solo existe la corrupción ajena, mientras los corruptos propios son blanqueados y repiten en las urnas. La política española se sostiene en un 'equilibrio de Nash', como el dilema del prisionero, porque la derecha acepta las mentiras de la derecha por temor a beneficiar a la izquierda; y la izquierda acepta las mentiras de la izquierda por temor a beneficiar a la derecha. Nadie rompe la inercia. Y así va esto.

Fuente: Diario Vasco – diariovasco.com - Opinión
Autor: Teodoro León Gross

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