Nos dijeron que nos iban a elevar los impuestos y los han subido. Nos aseguraron que prácticamente al día siguiente de que llegaran al gobierno se empezaría a notar la impronta de una nueva manera de actuar tanto de cara a la reactivación económica como en canto a la reducción de las escalofriantes cifras de desempleo y no consta que la situación haya mejorado un ápice en lo que llevamos de legislatura. Nos dijeron todo eso, y más, en mítines, intervenciones televisadas y radiofónicas, debates parlamentarios y artículos en prensa. Se lo garantizaron a sus electores y a los que no lo eran, al parado y al empresario, al trabajador empleado y al que tenía sobre su cabeza la espada de Damocles, al joven precario y al que todavía no ha acariciado una maldita nómina que echarse a la vida laboral, al mendigo que esgrime su condición de español en un cartelito de cartón en la avenida Maisonnave como percha para captar la atención del hipotético contratador y a la mujer que unos metros más allá, sentada sobre su exíguo equipaje, utiliza idéntico reclamo con el fin de comunicar al apresurado transeúnte que vive en la calle. Lo dijeron en voz alta y diáfana, hinchando el pecho y modulando el timbre según las circunstancias, pero dejando claro en cualquier caso que estaban en posesión de la verdad y que, o yo, o el abismo.
Sus diez mandamientos se cerraban en dos palabras: reforma laboral. La moneda de cambio que exigen los socios europeos mejor posicionados en la catástrofe, los oscuros mercados y las impermeables agencias de calificación se consumó en el Consejo de Ministros después de que Rajoy y el titular de Economía, Luís de Guindos, pusieran la venda antes de que se abriera la herida. “me va a costar una huelga”, dijo primero –convocatoria que se resisten a secundar los sindicatos al menos hasta que no les cuadre el balance perdidas/ganancias– para que el segundo siguiera marcando músculo ante la UE: “Es una reforma excesivamente agresiva” sentenció el ministro desde la caja de resonancia. Y luego, ya en el meollo de la cuestión, vinieron las matizaciones de rigor. La reforma laboral no reducirá por sí misma la sangría del desempleo, puntualizaba este lunes el ministro de Hacienda Cristóbal Montoro, sino que sentará las bases para alcanzar el objetivo. El parto, provocado y con fórceps debido a la recaída de la situación contable y a la herencia recibida, es agresivo porque pretende atajar las causas, no porque suponga un cúmulo de recortes de los derechos conseguidos por los trabajadores, sentenció también el primer día de la semana su compañero de Gobierno. Ambos, al alimón y con el plácet coral de todo el partido que sustenta al Ejecutivo, se atreven a ponerle plazos a la recuperación, pero ¿qué valor tiene la prospectiva a medio y largo plazo sabiendo como saben que aquí nadie parece conocer por dónde le da el aire y que la evolución de los acontecimientos está sujeta a variables imposibles de predecir?
Y sobre todo, ¿qué valor tienen a efectos del atribulado personal unos vaticinios promulgados por los mismos que hace tan sólo un par de semanas todavía garantizaban que la reforma no iba a abaratar el despido? Menos mal. A precio de saldo ha quedado el miedo.
Fuente: La Verdad – Opinión
Autor: Jesús Alonso
Sus diez mandamientos se cerraban en dos palabras: reforma laboral. La moneda de cambio que exigen los socios europeos mejor posicionados en la catástrofe, los oscuros mercados y las impermeables agencias de calificación se consumó en el Consejo de Ministros después de que Rajoy y el titular de Economía, Luís de Guindos, pusieran la venda antes de que se abriera la herida. “me va a costar una huelga”, dijo primero –convocatoria que se resisten a secundar los sindicatos al menos hasta que no les cuadre el balance perdidas/ganancias– para que el segundo siguiera marcando músculo ante la UE: “Es una reforma excesivamente agresiva” sentenció el ministro desde la caja de resonancia. Y luego, ya en el meollo de la cuestión, vinieron las matizaciones de rigor. La reforma laboral no reducirá por sí misma la sangría del desempleo, puntualizaba este lunes el ministro de Hacienda Cristóbal Montoro, sino que sentará las bases para alcanzar el objetivo. El parto, provocado y con fórceps debido a la recaída de la situación contable y a la herencia recibida, es agresivo porque pretende atajar las causas, no porque suponga un cúmulo de recortes de los derechos conseguidos por los trabajadores, sentenció también el primer día de la semana su compañero de Gobierno. Ambos, al alimón y con el plácet coral de todo el partido que sustenta al Ejecutivo, se atreven a ponerle plazos a la recuperación, pero ¿qué valor tiene la prospectiva a medio y largo plazo sabiendo como saben que aquí nadie parece conocer por dónde le da el aire y que la evolución de los acontecimientos está sujeta a variables imposibles de predecir?
Y sobre todo, ¿qué valor tienen a efectos del atribulado personal unos vaticinios promulgados por los mismos que hace tan sólo un par de semanas todavía garantizaban que la reforma no iba a abaratar el despido? Menos mal. A precio de saldo ha quedado el miedo.
Fuente: La Verdad – Opinión
Autor: Jesús Alonso
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