En contra de lo que pudiese pensarse, el juez del Tribunal Supremo, Luciano Varela, que sienta en el banquillo al juez estrella Baltasar Garzón acusado (por tres veces) de prevaricación no es un ex franquista o un derechista. Al contrario, es un hombre de izquierdas, casado con una militante del PSOE. Nacido en Pontevedra en 1948, Varela dio siempre muestras de su pasión por el Derecho. Sus padres, aunque muy humildes, haciendo sacrificios le costearon la carrera.
El togado Varela, juez en la Audiencia Nacional y por entonces amigo de Garzón, sólo consiguió entrar en el Tribunal Supremo al producirse una vacante. Ya en la Universidad llamó la atención por su rígido sentido del Derecho y por hallar el reconocimiento de sus compañeros. Esta circunstancia se repetiría ahora en el TS cuando se planteó el procesar a Baltasar Garzón. Los compañeros de derechas del juez vieron con placer el caso en manos de Varela, en la seguridad de que éste actuaría como una máquina, sin importarle que los querellantes de Garzón, por querer investigar los crímenes del franquismo, fuesen radicales de derechas –pseudosindicato Manos Limpias (antes: Fuerza Nueva) y Falange Española y de las JONS, que posteriormente quedó marginada del proceso-. En su afán de hacer las cosas bien, el gallego Varela llegó incluso a indicar a los querellantes cómo debían redactar las querellas. El conservador TS echó una triple red sobre el magistrado Garzón: dos casos más por prevaricación: uno, relacionado con presuntos honorarios por conferencias en EE UU y el otro con el escándalo de corrupción del PP, Gürtel. El paquete judicial contra Garzón también le ha correspondido a Varela, para que no haya escapatoria.
Varela no busca, como Garzón, la notoriedad pública. Él lo que quiere es ser aplaudido por su entorno profesional, demostrar a sus compañeros su valía. Mientras llueven las críticas contra Luciano Varela, sus compañeros se frotan las manos. El izquierdista Varela es el candidato ideal para acabar con la brillante carrera de un juez incómodo, Baltasar Garzón. Y ellos, al resguardo del chaparrón, que, no obstante, también podría salpicarles.
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