El don de la palabra
Hablar es el más precioso don que nos dieron los „dioses“.
“Al principio fue el logos (palabra: griego)”. El homínido se hizo hombre moderno en el mismo momento en el que pudo hablar. La palabra le hizo el rey de la Naturaleza.
Una palabra puede curarnos. Una palabra puede hacernos enfermar e incluso traernos la muerte.
Hemos de administrar las palabras como un tesoro.
No todo el mundo merece que le dirijamos la palabra.
Saber callar en el momento oportuno es una señal de sabiduría.
No hables demasiado. Los demás rechazan a los lenguaraces. No los toman en serio.
Que uno sólo hable de sí mismo indica soledad, la necesidad de comunicarse con los demás. Pero se suele obtener el efecto contrario: los otros se apartan aburridos.
Lo que más nos gusta es que nos hablen bien de nosotros mismos. Nos parece gratificante. Pero cuidado con los aduladores. Piensa en la fábula del cuervo y el zorro.
Saber callar a tiempo es una virtud. A nadie la agrada que le recordemos sus defectos de forma descarnada. El rencor que podemos provocar es proporcional al mundo irreal que se haya construido nuestro interlocutor para tapar sus máculas.
Muchas veces una palabra de menos es mejor que una de más.
Cuántas buenas amistades se han derrumbado por palabras no meditadas.
Seamos sinceros al hablar, no ocultemos nuestros sentimientos, sin recargar las tintas. Digamos siempre la verdad, aunque no guste a los demás, pero pensemos en el arte tan difícil que es dialogar. La palabra puede herir susceptibilidades. No por eso hemos de ser hipócritas o cínicos cuando hablemos, tenemos derecho a expresar nuestra opinión, pero con tacto. De lo contrario, más vale callar.
Nunca levantes la voz cuando converses o discutas. Colérico, perderás la razón que pueda asistirte.
No escatimes palabras para decir a los tuyos cuánto les amas.
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