Este otoño la bonanza del clima está siendo excepcional, pero si el tiempo es especialmente suave, no sucede lo mismo con la precampaña electoral que estamos viviendo, en la que los adversarios políticos no paran de lanzarse lindezas a la cara. Y para llevarse el gato al agua en los próximos comicios, no dudan incluso en caer en la más despreciable demagogia xenófoba.
Aunque todos ellos, sin excepción, son merecedores de un buen tirón de orejas por sus despropósitos, los políticos que se hasta ahora se llevan la palma, son los líderes de CiU, en su afán de pescar votos en las aguas independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya.
Primero fue el Sr. Mas burlándose del acento andaluz y gallego para defender la inmersión lingüística en Cataluña. Según él, los niños catalanes “sacan las mismas notas de castellano que los de Salamanca, de Valladolid, de Burgos y de Soria; y no les hablo ya de Sevilla, de Málaga, de Coruña, etcétera, porque allí hablan el castellano, efectivamente, pero a veces a algunos no se les entiende”.
Al Sr. Mas habría que aplicarle el dicho de “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”, pues aparte de tener un acento catalán que tira de espaldas cuando habla en castellano, a veces parece como si estuviese mascando chicle al hablar.
Pero el premio al mal gusto se lo lleva sin duda el Sr. Josep Antoni Durán i Lleida, quien en un reunión del Consell Nacional celebrado el pasado día 8 en la gran sala de la antigua plaza de toros de Las Arenas, que acoge ahora un gran centro comercial, manifestó, en clara referencia a los campesinos andaluces y extremeños, que mientras los payeses catalanes no pueden recoger la fruta por los bajos precios, "en otros sitios de España, con lo que damos nosotros de aportación conjunta al Estado, reciben un PER (ayuda prevista en el antiguo Plan de Empleo Rural) para que puedan pasar una mañana o toda la jornada en el bar del pueblo”. Durán i Lleida respondía así a la Consejera de Bienestar Social de la Presidencia andaluza, Mar Moreno, quien, con motivo de la inauguración de una residencia de ancianos, haciendo un guiño a los recortes en la sanidad pública catalana, había declarado: “mientras los catalanes cierran asilos, yo inauguro nuevas residencias”.
Sea como fuere, las ofensivas palabras del político catalán muestran una falta de sensibilidad hacia el sector del campo andaluz y extremeño rayana con la ignorancia. Aunque tengan un fondo de razón, ya que esas subvenciones, a mi modo de ver, se crearon en su día con el claro fin de fomentar el clientelismo político y, desde entonces, han sabido ser aprovechadas por muchos vividores, también es cierto que no se puede (ni se debe) meter a todos los andaluces y extremeños en el mismo saco. Al Sr. Durán i Lleida tampoco le gustaría que el resto de España arremetiese de la misma manera indiscriminada contra los catalanes y el partido que don Josep Antoni representa, la CiU.
Si en mi “Pincelada” del pasado 28 de septiembre opinaba que Josep Antoni Durán i Lleida era un político con sentido común, visto su giro de “talante”, le retiro la simpatía que sentía por él hasta el día 8 de octubre, por mucho que sus desafortunadas declaraciones hayan sido fruto de un calentón pre-electoral. Un político sensato (como se dice en Cataluña, con seny) tiene que saber medir sus palabras en todo momento. Pero en los tiempos que vivimos, lo que se lleva son los insultos y el descrédito y, todo ello, sólo por un puñado de votos.
Margarita Rey
Aunque todos ellos, sin excepción, son merecedores de un buen tirón de orejas por sus despropósitos, los políticos que se hasta ahora se llevan la palma, son los líderes de CiU, en su afán de pescar votos en las aguas independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya.
Primero fue el Sr. Mas burlándose del acento andaluz y gallego para defender la inmersión lingüística en Cataluña. Según él, los niños catalanes “sacan las mismas notas de castellano que los de Salamanca, de Valladolid, de Burgos y de Soria; y no les hablo ya de Sevilla, de Málaga, de Coruña, etcétera, porque allí hablan el castellano, efectivamente, pero a veces a algunos no se les entiende”.
Al Sr. Mas habría que aplicarle el dicho de “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”, pues aparte de tener un acento catalán que tira de espaldas cuando habla en castellano, a veces parece como si estuviese mascando chicle al hablar.
Pero el premio al mal gusto se lo lleva sin duda el Sr. Josep Antoni Durán i Lleida, quien en un reunión del Consell Nacional celebrado el pasado día 8 en la gran sala de la antigua plaza de toros de Las Arenas, que acoge ahora un gran centro comercial, manifestó, en clara referencia a los campesinos andaluces y extremeños, que mientras los payeses catalanes no pueden recoger la fruta por los bajos precios, "en otros sitios de España, con lo que damos nosotros de aportación conjunta al Estado, reciben un PER (ayuda prevista en el antiguo Plan de Empleo Rural) para que puedan pasar una mañana o toda la jornada en el bar del pueblo”. Durán i Lleida respondía así a la Consejera de Bienestar Social de la Presidencia andaluza, Mar Moreno, quien, con motivo de la inauguración de una residencia de ancianos, haciendo un guiño a los recortes en la sanidad pública catalana, había declarado: “mientras los catalanes cierran asilos, yo inauguro nuevas residencias”.
Sea como fuere, las ofensivas palabras del político catalán muestran una falta de sensibilidad hacia el sector del campo andaluz y extremeño rayana con la ignorancia. Aunque tengan un fondo de razón, ya que esas subvenciones, a mi modo de ver, se crearon en su día con el claro fin de fomentar el clientelismo político y, desde entonces, han sabido ser aprovechadas por muchos vividores, también es cierto que no se puede (ni se debe) meter a todos los andaluces y extremeños en el mismo saco. Al Sr. Durán i Lleida tampoco le gustaría que el resto de España arremetiese de la misma manera indiscriminada contra los catalanes y el partido que don Josep Antoni representa, la CiU.
Si en mi “Pincelada” del pasado 28 de septiembre opinaba que Josep Antoni Durán i Lleida era un político con sentido común, visto su giro de “talante”, le retiro la simpatía que sentía por él hasta el día 8 de octubre, por mucho que sus desafortunadas declaraciones hayan sido fruto de un calentón pre-electoral. Un político sensato (como se dice en Cataluña, con seny) tiene que saber medir sus palabras en todo momento. Pero en los tiempos que vivimos, lo que se lleva son los insultos y el descrédito y, todo ello, sólo por un puñado de votos.
Margarita Rey
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