martes, 22 de mayo de 2012

Punto de vista: La caridad bien entendida


No soy muy dada a escribir sobre temas que conciernen a la Iglesia católica porque, como me considero una persona liberal, creo que cada cual puede tener las convicciones que cada individuo crea oportuno. Además, no me gusta pisarle los juanetes a nadie en cuestiones de fe. Personalmente, tengo mis creencias muy arraigadas y me confieso seguidora en la práctica, es decir en el día a día, de las doctrinas supuestamente promulgadas por Jesús de Nazaret. Pero confieso que no trago a la Iglesia como institución porque considero que, si Jesús viviese, expulsaría a sus jerarcas fuera del templo, como Jesús –siempre según la leyenda– hizo en su día con los mercaderes.

La noticia que me ha hecho hoy hervir la sangre han sido las palabras del ayatola mayor de la Iglesia católica en España, Monseñor Rouco Varela, al referirse a la discusión que se ha creado, en estos tiempos de crisis, sobre si la Iglesia debería o no pagar como todo hijo de vecino el IBI por sus innumerables bienes inmuebles, muchos de ellos de dudosa procedencia, repartidos por toda la geografía española.

Monseñor Rouco ha tenido el descoco de amenazar, siempre en la forma sinuosa y velada que le caracteriza, con reducir las ayudas a proyectos sociales como Cáritas, (que actualmente dan de comer a un gran número de personas necesitadas), si el Estado se atrevía a retirarle uno de sus mayores privilegios, la exención de pago del Impuesto de Bienes Inmuebles.

Según él, si se produce un cambio en la legislación, la Iglesia haría frente a dicho impuesto, aunque “en nuestro caso iría en detrimento de otras posibles acciones, como por ejemplo la acción de Cáritas” (sic).

Vayamos por partes. La Iglesia en España se queja de vicio. En toda Europa no existe ningún país donde la Iglesia tenga más ayudas y exoneraciones fiscales que España.

Independientemente de la crucecita que cada ciudadano puede hacer en su declaración anual de la renta, marcando la casilla correspondiente a la Iglesia, dicha institución percibe de las arcas públicas entre 5.000 o 7.000 millones de euros, aunque no existen cifras claras debido a la opacidad en torno al asunto. En estos cálculos no están incluidos los costes públicos de grandes eventos como las visitas papales a España (siete desde 1982) ni las exenciones de impuestos de los que gozan la Iglesia y sus donantes.

Seríamos unos ingratos si no reconociésemos la gran labor que realiza Cáritas en nuestro país, especialmente ahora con la que está cayendo, pero tampoco hay que olvidar que los trabajadores que cobran por su trabajo son una minoría, ya que esta organización se nutre, sobre todo, de voluntarios (62.000 frente a 4.500 trabajadores en nómina).

Pero el Sr. Rouco Varela omite que Cáritas, como cualquier otra ONG, recibe no poco dinero de los contribuyentes que en su declaración de la renta hacen la cruz en la casilla de “fines sociales”. Además, un 35% de sus ingresos provienen de fondos públicos. Tampoco deberíamos pasar por alto a los socios y donantes que colaboran económicamente con esta organización (casi medio millón) ni a aquellas personas que con la mejor voluntad le legan su fortuna.

Que me perdone el Sr. Rouco si veo en sus escandalosas palabras un claro intento de intimidación, a mi modo de ver, impropio de la institución de la que (muy a pesar de un gran número de fieles) es el portavoz en España en la actualidad.

Si alguien tiene aquí que lloriquear no es precisamente la Iglesia con todos sus bienes acumulados a través de los siglos, en total contradicción con la doctrina ascética de Jesús de Nazaret, sino la pobre gente que por culpa de la crisis, ahogada por las deudas, tiene ahora que recurrir a la sopa boba de Cáritas para no morirse de hambre.

Sr. Rouco, si Jesucristo viviese ahora, sería usted uno de los primeros que tendría que alzarse las sotanas para poder correr más rápido en busca de la salida de esa torre de marfil en la que vive su Iglesia.
Margarita Rey

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