lunes, 28 de mayo de 2012

Leído en la Prensa: Ídolos de iniquidad



Resulta acongojante pensar que todos los sufrimientos y zozobras que padece nuestro mundo los provoca algo que no tiene una realidad física, algo que en sí mismo no vale nada y que no es sino un signo creado para 'representar' el valor de las cosas: el dinero. Los estragos de la llamada 'crisis económica' no están causados por realidades ciertas, al modo de los estragos causados por una epidemia de peste, una sequía o un terremoto, sino por una convención de naturaleza ficticia: si mañana los 'reyes de la tierra' decidieran mancomunadamente condonarse sus deudas, dejaríamos de penar; y el mundo seguiría funcionando como si tal cosa. Pero esto -bien lo sabemos- no va a ocurrir; pues el dinero, que en su origen era tan solo un signo que representaba el valor de los bienes, ha sido elevado a la condición de 'ídolo de iniquidad' («Mammona iniquitatis», en expresión evangélica): es decir, se ha desligado de la riqueza real, se ha 'espiritualizado' (en el sentido demoniaco del término) de tal modo que puede multiplicarse sin que los bienes que representa se hayan a su vez multiplicado.

Sobre esta multiplicación del dinero, que se vende, se compra y se alquila, desligado de los bienes reales a los que en origen representaba, se funda el orden económico moderno, que en su esencia es una ficción, o si se prefiere una estafa. Leonardo Castellani explicaba así el mecanismo de esta ficción: «El Rey Guillermo III necesitaba 1.200.000 libras esterlinas. Se las prestó un prestamista judío de Frankfurt llamado Rothschild, con esta condición: el Rey recibía esa cantidad en oro, y la debía a Rothschild. Rothschild recibía autorización para emitir 1.200.000 billetes y prestarlos; eso se llamó el activo del Banco. De modo que se ve claramente que el dinero se ha multiplicado: es decir, el Rey tiene 1.200.000 libras en oro, y las gasta; el Banco tiene otro 1.200.000 en billetes, y lo presta; y el Rey sigue debiendo 1.200.000 libras esterlinas». El dinero se ha duplicado, como por arte de birlibirloque; pero los bienes no lo han hecho, por lo que los bienes pasan a costarle el doble al consumidor.

«Los banqueros -prosigue Castellani- se dieron cuenta pronto de que la gente que pone dinero en los bancos, para que ellos lo vendan o alquilen, no lo saca de golpe. Como máximo un 5 por ciento o 10 por ciento es exigido al Banco habitualmente como reserva, contando lo que entra habitualmente. 'Pongamos 20 por ciento para mayor seguridad -dice el banquero-, por lo tanto podemos alquilar el 80 por ciento'; es decir, podemos alquilar dinero que no existe, que le llaman crédito. El Banco presta y saca dinero del préstamo, no solamente por todo el activo que tiene, sino por cuatro veces más de dinero que no existe y de bienes que no existen. Suponiendo que tiene 20 libras depositadas, que son reales, hace préstamos por 100 libras; y cobra interés. No solamente fabrica dinero, sino que saca dinero del aire: dinero fantasma». Esta gran fantasmagoría es la que ahora se derrumba ante nuestros ojos; y la que los inicuos adoradores de Mammón tratan de mantener en pie a toda costa, mediante el único procedimiento posible: saqueando los depósitos cada vez más exhaustos de la riqueza real. Los llamados 'recortes', o en versión todavía más eufemística 'reformas' (aumento de impuestos, rebaja de los sueldos, saqueo del ahorro, etcétera), no son sino intentos desesperados de dar 'corporeidad' al dinero fantasma que previamente han fabricado de la nada, dinero sacado del aire que ahora necesita 'realizarse'; y, para 'realizarse', necesita arrancarnos libras de nuestra propia carne, como hacía Shylock, el personaje de Shakespeare.

A este sistema usurario que encumbra el dinero como ídolo de iniquidad solo podrían ponerle coto los gobiernos. Pero los gobiernos se han convertido en lacayos de las grandes finanzas, esos 'mercados financieros' en los que operan actores cuyo 'patrimonio' (en realidad, una acumulación inmensa de dinero fantasma) es superior al producto interior de muchas naciones; y cuyas decisiones, tan arbitrarias como implacables (subidas de la prima de riesgo, etcétera), a la vez que esquilman la riqueza de las naciones, hacen tambalear a los gobiernos. Y así, con los gobiernos convertidos en patéticos zombis y los mercados financieros dispuestos a arrancarnos hasta la última libra de carne, nuestro destino no es otro sino una nueva forma de esclavitud, mucho más terrible que la antigua: pues los esclavos de antaño trabajaban a cambio de la seguridad de la subsistencia y la posibilidad de la manumisión; y esa seguridad y esa posibilidad nosotros no las tenemos.

Fuente: XL Semanal - Animales de Compañía
Autor: Juan Manuel de Prada

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