Quienes, como Fukuyama, llegaron a vaticinar en plena euforia neoliberal el fin de la Historia, desinhibida y desregulada en la fase ascendente de un ciclo infinito, vieron hoy frustrada su ilusión: la Historia continúa, la socialdemocracia regresa con voz tonante al corazón de Europa y el liberalismo ultraortodoxo de Angela Merkel tendrá que prestarse a debatir el futuro de la Unión Europea con antagonistas más preocupados por someter la economía al imperio de la política que por supeditar esta a la voluntad inorgánica de los mercados y de los banqueros.
Obviamente, Hollande no es un radical y nadie tiene que temer rupturas ni sobresaltos. Sin embargo, es claro que se mitigará la obcecación insoportable, imposible de justificar, del directorio europeo en precipitar la consolidación fiscal de la zona euro a toda prisa y a cualquier precio, y que se avanzará en el camino de la mutualización de las deudas públicas soberanas, a cambio de la nueva y rigurosa gobernanza europea que ya está en construcción. Además, Hollande instará la implementación de medidas keynesianas que reactiven la economía, impulsen el crecimiento y reduzcan el insoportable desempleo, que es la prueba más palmaria del fracaso -esperemos que momentáneo- de la moneda única. Parece innecesario subrayar que un sistema socioeconómico que no es capaz de dar empleo y bienestar a los ciudadanos que lo han erigido ha de considerarse un fracaso.
Con la llegada de Hollande desaparece también de Francia un personaje ligero y atrabiliario, justamente calificado por Sami Nair de 'posmoderno y neoamericano', mezcla de nuevo rico vulgar y politiquero agresivo, que ni supo interiorizar la 'grandeur' de Francia ni aportó a Europa la solvencia intelectual que ha de exigirse a la segunda potencia europea, la más próxima cultural y políticamente a nosotros. Hollande, una 'fuerza tranquila' con una envergadura discreta semejante en cierto modo a la de Mitterrand, aportará sosiego y equilibrio a un continente aquejado por fiebres que lo han llenado de miedo, de incertidumbre y de falta de visión de futuro.
Fuente: ABC
Autor: Antonio Papell
Obviamente, Hollande no es un radical y nadie tiene que temer rupturas ni sobresaltos. Sin embargo, es claro que se mitigará la obcecación insoportable, imposible de justificar, del directorio europeo en precipitar la consolidación fiscal de la zona euro a toda prisa y a cualquier precio, y que se avanzará en el camino de la mutualización de las deudas públicas soberanas, a cambio de la nueva y rigurosa gobernanza europea que ya está en construcción. Además, Hollande instará la implementación de medidas keynesianas que reactiven la economía, impulsen el crecimiento y reduzcan el insoportable desempleo, que es la prueba más palmaria del fracaso -esperemos que momentáneo- de la moneda única. Parece innecesario subrayar que un sistema socioeconómico que no es capaz de dar empleo y bienestar a los ciudadanos que lo han erigido ha de considerarse un fracaso.
Con la llegada de Hollande desaparece también de Francia un personaje ligero y atrabiliario, justamente calificado por Sami Nair de 'posmoderno y neoamericano', mezcla de nuevo rico vulgar y politiquero agresivo, que ni supo interiorizar la 'grandeur' de Francia ni aportó a Europa la solvencia intelectual que ha de exigirse a la segunda potencia europea, la más próxima cultural y políticamente a nosotros. Hollande, una 'fuerza tranquila' con una envergadura discreta semejante en cierto modo a la de Mitterrand, aportará sosiego y equilibrio a un continente aquejado por fiebres que lo han llenado de miedo, de incertidumbre y de falta de visión de futuro.
Fuente: ABC
Autor: Antonio Papell
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