Uno de los elementos esenciales de la democracia es la alternancia en el poder, lo cual significa que los ciudadanos pueden cambiar de gobierno mediante sus votos, en cada legislatura (en España cuatro años), que puede acortarse si la oposición impone sus criterios, que hallan el eco de la ciudadanía, obligando al presidente del gobierno a dimitir y convocar nuevas elecciones.
Mariano Rajoy se está perfilando ahora como un candidato serio y moderado, al revés que como jefe de la oposición, que ha sido a menudo desconsiderado, inaccesible al compromiso y al juego limpio. Ahora, para la campaña dura, dispone de sus dos adláteres, María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría, mientras que para el improperio cuenta con Esteban González Pons, vicesecretario de comunicación del PP.
Si, como parece muy probable, según las encuestas, ganara el PP, nadie debe echarse a temblar en cuanto a la democracia, que no cambia por un cambio de gobierno. Si el partido vencedor no se atuviera a las reglas democráticas e intentara recortar las libertades, para eso están los votos de censura y las manifestaciones legales. En realidad, en unas elecciones no debiera hablarse de vencedores y vencidos. En el sistema democrático ganan todos. El nuevo gobierno podrá modificar o abolir leyes, pero no puede abolir las libertades fundamentales. El partido no elegido por la mayoría tiene la ocasión de meditar sobre sus errores y corregirlos, de regenerarse y romper petrificadas estructuras, así como superar defectos, como el amiguismo y el enchufismo, que, aparte de los fallos políticos y económicos, tanto han lastrado en estos pasados años al PSOE.
Si Rubalcaba no tuviese éxito, no es motivo de preocupación. En la oposición, como líder de la misma, le corresponde el deber de velar por una gobernanza correcta, alzando su voz contra posibles abusos. Además, su papel como reformador del PSOE, es importantísimo. De Rubalcaba depende que muchos socialistas, entre ellos Felipe González, vuelvan a simpatizar con su partido.
Mariano Rajoy se está perfilando ahora como un candidato serio y moderado, al revés que como jefe de la oposición, que ha sido a menudo desconsiderado, inaccesible al compromiso y al juego limpio. Ahora, para la campaña dura, dispone de sus dos adláteres, María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría, mientras que para el improperio cuenta con Esteban González Pons, vicesecretario de comunicación del PP.
Si, como parece muy probable, según las encuestas, ganara el PP, nadie debe echarse a temblar en cuanto a la democracia, que no cambia por un cambio de gobierno. Si el partido vencedor no se atuviera a las reglas democráticas e intentara recortar las libertades, para eso están los votos de censura y las manifestaciones legales. En realidad, en unas elecciones no debiera hablarse de vencedores y vencidos. En el sistema democrático ganan todos. El nuevo gobierno podrá modificar o abolir leyes, pero no puede abolir las libertades fundamentales. El partido no elegido por la mayoría tiene la ocasión de meditar sobre sus errores y corregirlos, de regenerarse y romper petrificadas estructuras, así como superar defectos, como el amiguismo y el enchufismo, que, aparte de los fallos políticos y económicos, tanto han lastrado en estos pasados años al PSOE.
Si Rubalcaba no tuviese éxito, no es motivo de preocupación. En la oposición, como líder de la misma, le corresponde el deber de velar por una gobernanza correcta, alzando su voz contra posibles abusos. Además, su papel como reformador del PSOE, es importantísimo. De Rubalcaba depende que muchos socialistas, entre ellos Felipe González, vuelvan a simpatizar con su partido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario