Las elecciones están a la vuelta de la esquina. Miro con cierta sorna los carteles electorales, desde los cuales los distintos candidatos, con sus mejores sonrisas, prometen maravillas al pueblo elector, cada uno pugnando por superar en “charme” y credibilidad a sus adversarios.
El más exultante es, por supuesto, Mariano Rajoy, seguro ya de su victoria. Se respira en el enrarecido ambiente y las encuestas no suelen equivocarse demasiado en predecir los resultados. Alfredo Pérez Rubalcaba esparce gotas de su conocido humor casi negro, como si se preparase con guasa para la esperada hecatombe, aunque aquí, el único buey en trabajar, apoyado por el ex presidente Felipe González, es el propio Rubalcaba, que viene a decir que va a ir a Bruselas para enseñar a aquellos políticos lo que vale un peine.
En realidad, en estas elecciones no va a haber ni vencidos ni vencedores. Todos van a perder. El PSOE sus simpatías en la izquierda, porque Zapatero ha hecho política de derechas. Era preciso seguir las instrucciones de Bruselas, si no se quería ir a parar al abismo con Grecia, Irlanda, Portugal, y ahora Italia. Zapatero podría haber dimitido cuando vio por fin los negros nubarrones del mundo financiero internacional, con los neoconservadores al frente. Podría decirse en descargo de Zapatero que no quiso abandonar a España en momentos tan difíciles: el talante de José Luis Rodríguez Zapatero, que tanto le hizo tragar cuando estaba en la oposición y era Aznar el presidente del Gobierno. Otros supondrían ambición de poder sin poder. Perdedor es también Rajoy, que tiene ahora que comerse el marrón y tragarse muchas de sus promesas populistas. Que se fijen los que quieren elegir a Rajoy en los recortes que está haciendo en Castilla-La Mancha, su sacerdotisa de Cospedal y eso que sólo ha hecho empezar. Imagínense cuando le toque a España seguir las nuevas instrucciones de Bruselas: más recortes y más dolorosos para las capas sociales no pudientes. Seguro que Rajoy espera del PSOE patriotismo y lealtad, lo mismo que esperaba el gobierno socialista del PP ante la catástrofe. Lo único que oímos los españoles fue un NO machaconamente repetido. Sin embargo, es probable que si la mayoría del PP no es lo suficientemente holgada, Rajoy desee una solución a la griega o a la italiana. De todas formas, para tranquilidad del posible nuevo jefe del gobierno español, “esos políticos de Bruselas” son sus correligionarios. ¿Le dorarán la señora Merkel y Sarkozy la amarga píldora a administrar al pueblo español?
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