Como entretanto todo el mundo sabe, la homofobia es el temor e incluso el odio a las personas que aman al propio sexo: los homosexuales, palabra en la que están incluidas las lesbianas. La palabra lesbiana procede de la isla griega de Lesbos, santuario de la poetisa Safo (siglo V antes de nuestra era).
La postura más normal ante el hecho homosexual sería la “indiferencia”. Pero, desgraciadamente, gran parte de nuestra sociedad, a escala mundial, rechaza la homosexualidad como una enfermedad contagiosa. Freud infería de esta actitud el miedo de la sociedad, es decir de una mayoría de sus individuos, a ser ellos mismos homosexuales y tener que protegerse mediante el rechazo o la agresividad.
Con la democracia, la postura ante la homosexualidad ha mejorado sustancialmente en España; ya no se suele dar palizas o matar a los que aman a su propio sexo, pero todavía se discrimina en amplia medida a los homosexuales. En otros países, como Irán, los homosexuales son ahorcados, al igual que en los demás países árabes. También las lesbianas pueden sufrir la pena capital.
En España existe todavía el miedo profesional como social por parte de los homosexuales, escondidos en “sus armarios”, hasta que por fin dan el paso decisivo: salen del armario y comprueban que no pasa nada. Incluso hay guardias civiles homosexuales que se han casado y comparten su vivienda en la casa cuartel.
España es uno de los países europeos donde existe el matrimonio civil entre homosexuales. No encuentro muy afortunado este término que choca con el “sacramento” de la Iglesia que, desde hace siglos usurpó el vocablo latino “matrimonium”. A ambos casos de boda civil (hetero- u homosexual) yo les llamaría “unión” o “comunidad existencial”, ratificada en un solemne acto ante notario.
En la sociedad europea actual es notoria la aceptación de la homosexualidad. Esta variante de la sexualidad está prevista por la Naturaleza, que la admite y evoluciona en las distintas especies. Genéticamente existen tres categoría: las criaturas orientadas al sexo contrario (las más), las inclinadas al propio sexo y las bisexuales. Se trata, pues, de un fenómeno natural, aunque se presenta en pequeña escala.
Leer a Lord Byron o al griego alejandrino Kafavis es una experiencia única en su sensualidad y belleza. Los homosexuales serios, de vida ordenada, gozan del respeto de sus vecinos. Rechazo producen sólo esas carnavaladas “del amor” o “del orgullo gay”, como obscenas y provocadoras en su exhibicionismo. Los propios homosexuales deberían intervenir para acabar con esos espectáculos del mal gusto.
La postura más normal ante el hecho homosexual sería la “indiferencia”. Pero, desgraciadamente, gran parte de nuestra sociedad, a escala mundial, rechaza la homosexualidad como una enfermedad contagiosa. Freud infería de esta actitud el miedo de la sociedad, es decir de una mayoría de sus individuos, a ser ellos mismos homosexuales y tener que protegerse mediante el rechazo o la agresividad.
Con la democracia, la postura ante la homosexualidad ha mejorado sustancialmente en España; ya no se suele dar palizas o matar a los que aman a su propio sexo, pero todavía se discrimina en amplia medida a los homosexuales. En otros países, como Irán, los homosexuales son ahorcados, al igual que en los demás países árabes. También las lesbianas pueden sufrir la pena capital.
En España existe todavía el miedo profesional como social por parte de los homosexuales, escondidos en “sus armarios”, hasta que por fin dan el paso decisivo: salen del armario y comprueban que no pasa nada. Incluso hay guardias civiles homosexuales que se han casado y comparten su vivienda en la casa cuartel.
España es uno de los países europeos donde existe el matrimonio civil entre homosexuales. No encuentro muy afortunado este término que choca con el “sacramento” de la Iglesia que, desde hace siglos usurpó el vocablo latino “matrimonium”. A ambos casos de boda civil (hetero- u homosexual) yo les llamaría “unión” o “comunidad existencial”, ratificada en un solemne acto ante notario.
En la sociedad europea actual es notoria la aceptación de la homosexualidad. Esta variante de la sexualidad está prevista por la Naturaleza, que la admite y evoluciona en las distintas especies. Genéticamente existen tres categoría: las criaturas orientadas al sexo contrario (las más), las inclinadas al propio sexo y las bisexuales. Se trata, pues, de un fenómeno natural, aunque se presenta en pequeña escala.
Leer a Lord Byron o al griego alejandrino Kafavis es una experiencia única en su sensualidad y belleza. Los homosexuales serios, de vida ordenada, gozan del respeto de sus vecinos. Rechazo producen sólo esas carnavaladas “del amor” o “del orgullo gay”, como obscenas y provocadoras en su exhibicionismo. Los propios homosexuales deberían intervenir para acabar con esos espectáculos del mal gusto.
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