En Alemania, por estas fechas, son tradicionales los huevos y conejos de Pascua, estos últimos generalmente de chocolate. Es una más de las costumbres paganas que se ha conservado hasta nuestros días. Todos sabemos que el huevo es el símbolo de la vida y un sinónimo de la fertilidad.
El domingo de Pascua por la mañana, los niños alemanes y austríacos siguen la vieja usanza de buscar en el jardín (o en el interior de la vivienda) huevos soplados, cuya cáscara ha sido pintada con llamativos colores, o simplemente huevos duros o de chocolate que el “Conejo de Pascua” (Osterhase) ha supuestamente escondido en algún lugar recóndito.
Pero el caso del manzano decorado con 9.800 huevos de Pascua, pintados y decorados a mano, es único en el mundo. Ese árbol tan especial se encuentra en el jardín de Volker y Christa Kraft, vecinos de Saalfeld, en plena Turingia, en el que fue territorio de la antigua República Democrática Alemana.
El señor y la señora Kraft, propietarios de una pensión en la antigua y pintoresca localidad de gran atractivo turístico, necesitaron dos semanas hasta que lograron colgar todos los huevos del árbol.
Esa maravilla es el producto de un sueño de Volker Kraft. Desde niño se sintió atraído por los llamados “árboles de Pascua” que no son otra cosa que las ramas de cualquier especie de árbol que florezca en esa época del año (cerezo, abedul, etc.), de las que se cuelgan en Semana Santa los huevos, pintados en casa, comprados en tiendas de manualidades o, si no hay nada mejor, incluso de chocolate.
El domingo de Pascua por la mañana, los niños alemanes y austríacos siguen la vieja usanza de buscar en el jardín (o en el interior de la vivienda) huevos soplados, cuya cáscara ha sido pintada con llamativos colores, o simplemente huevos duros o de chocolate que el “Conejo de Pascua” (Osterhase) ha supuestamente escondido en algún lugar recóndito.
Pero el caso del manzano decorado con 9.800 huevos de Pascua, pintados y decorados a mano, es único en el mundo. Ese árbol tan especial se encuentra en el jardín de Volker y Christa Kraft, vecinos de Saalfeld, en plena Turingia, en el que fue territorio de la antigua República Democrática Alemana.
El señor y la señora Kraft, propietarios de una pensión en la antigua y pintoresca localidad de gran atractivo turístico, necesitaron dos semanas hasta que lograron colgar todos los huevos del árbol.
Esa maravilla es el producto de un sueño de Volker Kraft. Desde niño se sintió atraído por los llamados “árboles de Pascua” que no son otra cosa que las ramas de cualquier especie de árbol que florezca en esa época del año (cerezo, abedul, etc.), de las que se cuelgan en Semana Santa los huevos, pintados en casa, comprados en tiendas de manualidades o, si no hay nada mejor, incluso de chocolate.
Así, en 1965, poco a poco y con mucha paciencia, el Sr. Kraft empezó con 18 huevos esta particular forma de decoración. Y, una vez casado, su esposa Christa se convirtió en su mejor ayudante en ese peculiar hobby. Con el paso del tiempo, el árbol de Pascua fue creciendo y creciendo. Sus hijos también se convirtieron en valiosos ayudantes a la hora de pintar las cáscaras de los huevos (a los que previamente se les pincha cuidadosamente con una aguja, soplando por el orificio para vaciarles de su contenido) y de decorar el “árbol” que le ha hecho famoso incluso en los Estados Unidos.
Cada año por Pascua, los casi 10.000 huevos son un reclamo turístico para la pequeña ciudad. Multitud de turistas se acercan al jardín de los Sres. Kraft para admirar esos singulares huevos pintados y decorados (incluso con lentejuelas) con tanto amor, muchos de los cuales representan motivos religiosos o bucólicas escenas pastoriles.
Después de haber conseguido llevar a la práctica el gran proyecto de toda una vida, ahora el Sr. Kraft, con 76 años, no quiere seguir aumentando su colección de huevos (al parecer por falta de espacio para almacenarlos) ya que, como dice, “no quiere tener que dormir con ellos”.
Margarita Rey
Cada año por Pascua, los casi 10.000 huevos son un reclamo turístico para la pequeña ciudad. Multitud de turistas se acercan al jardín de los Sres. Kraft para admirar esos singulares huevos pintados y decorados (incluso con lentejuelas) con tanto amor, muchos de los cuales representan motivos religiosos o bucólicas escenas pastoriles.
Después de haber conseguido llevar a la práctica el gran proyecto de toda una vida, ahora el Sr. Kraft, con 76 años, no quiere seguir aumentando su colección de huevos (al parecer por falta de espacio para almacenarlos) ya que, como dice, “no quiere tener que dormir con ellos”.
Margarita Rey
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