Como un niño. Así se dirigió el Rey a los españoles para decirnos que se había equivocado, y que no volverá a ocurrir. Los asesores reales debieron pensar que, como los españoles aún somos menores de edad, lo mejor es que nos hablase en nuestro propio idioma infantil. Pregunto: ¿En qué se ha equivocado, qué es lo que no volverá a ocurrir? ¿Las cacerías en general, las de elefantes en particular, o la caída que propició la rotura de cadera? Porque, claro, si no llega a ser por la caída y la necesidad de operarse, no nos enteramos de que el Rey -el mismo que dijo en un reciente discurso que no podía dormir a causa del desempleo juvenil- estaba en África de safari. Lo cual me parece una soberana tomadura de pelo hacia todos los ciudadanos. Que, por cierto, coincidió con el día de la República y el aniversario del hundimiento del Titanic. Lo reseño para los que nos gustan las señales que envía la vida.
Claro que, según pretenden algunos políticos, el incidente ya está zanjado con las tibias disculpas reales. Los palmeros de turno deben estar afilando las manos para volver a dedicarle varios minutos de aplausos, en cuanto el monarca haga su primera aparición pública. Por lo visto, en esta democracia de pandereta que tenemos, el Rey sigue siendo intocable, haga lo que haga, y los que hace cuatro días lo criticaban como rufián, ahora lo defienden como héroe. ¡Qué país! Menudo espectáculo circense han dado todos. La propia familia real: la infanta Elena no se había enterado de nada, porque estaba trabajando –será en el alambre- además de ocuparse de su hijo, claro, que no sabemos si se disparó limpiando escopetas, haciendo prácticas de tiro o tirando al plato. El Gobierno, que no sabía, pero sí sabía dónde estaba el Rey y lo qué hacía. Los socialistas, que no comentaban las actividades privadas del monarca… En fin, vaya tropa tenemos, que se esconden la miserias unos a otros. Aunque un tal Urdangarín debió frotarse las manos con el resbalón del suegro. Puede que la cadera del Rey se haya arreglado con una prótesis, pero creo que la monarquía española necesita algo más que prótesis para recomponerse.
De todos los despropósitos el que se ha llevado la palma ha sido Gallardón al decir que el Rey es “el principal activo de la democracia española”. No, hombre, no, está muy equivocado. El principal activo de la democracia española somos nosotros, los ciudadanos. El gobierno, la oposición, todos los políticos, sólo son nuestros empleados temporales. ¡Qué pronto lo olvidan! Y el Rey, cabeza de la monarquía parlamentaria y jefe del Estado, también es un empleado, que ahora mismo no está haciendo bien su trabajo de servicio a los españoles. ¿Que para muchos sí lo hizo en el pasado? Vale, para otros, no. Pero ahora no hablamos del pasado, sino del presente, y eso de que tenga patente de corso y que su figura escape a todos los controles democráticos, debe pasar definitivamente a la historia. ¡A ver si va a resultar que tiene ascendencia divina y su poder emana de Dios, como en la Edad Media! ¡No te digo!
Insisto, todo este sainete, impropio de una democracia real, me parece una soberana tomadura de pelo. El cazador ha sido cazado, y este lamentable suceso no es más que la punta del iceberg –como el que provocó el hundimiento del Titanic– de una institución llena de sombras, hipocresía, falta de transparencia y oscuros intereses. Y no, los ciudadanos no somos niños pequeños a los que se les conforma con decir que no volverá a ocurrir. No necesitamos tutelas reales ni que nos digan lo que tenemos que pensar. Somos mayorcitos… aunque lo demostremos poco. ¡Ya está bien!
Fuente: La Verdad - Opinión - Camino a la utopía
Autora: Rosa Villada
Claro que, según pretenden algunos políticos, el incidente ya está zanjado con las tibias disculpas reales. Los palmeros de turno deben estar afilando las manos para volver a dedicarle varios minutos de aplausos, en cuanto el monarca haga su primera aparición pública. Por lo visto, en esta democracia de pandereta que tenemos, el Rey sigue siendo intocable, haga lo que haga, y los que hace cuatro días lo criticaban como rufián, ahora lo defienden como héroe. ¡Qué país! Menudo espectáculo circense han dado todos. La propia familia real: la infanta Elena no se había enterado de nada, porque estaba trabajando –será en el alambre- además de ocuparse de su hijo, claro, que no sabemos si se disparó limpiando escopetas, haciendo prácticas de tiro o tirando al plato. El Gobierno, que no sabía, pero sí sabía dónde estaba el Rey y lo qué hacía. Los socialistas, que no comentaban las actividades privadas del monarca… En fin, vaya tropa tenemos, que se esconden la miserias unos a otros. Aunque un tal Urdangarín debió frotarse las manos con el resbalón del suegro. Puede que la cadera del Rey se haya arreglado con una prótesis, pero creo que la monarquía española necesita algo más que prótesis para recomponerse.
De todos los despropósitos el que se ha llevado la palma ha sido Gallardón al decir que el Rey es “el principal activo de la democracia española”. No, hombre, no, está muy equivocado. El principal activo de la democracia española somos nosotros, los ciudadanos. El gobierno, la oposición, todos los políticos, sólo son nuestros empleados temporales. ¡Qué pronto lo olvidan! Y el Rey, cabeza de la monarquía parlamentaria y jefe del Estado, también es un empleado, que ahora mismo no está haciendo bien su trabajo de servicio a los españoles. ¿Que para muchos sí lo hizo en el pasado? Vale, para otros, no. Pero ahora no hablamos del pasado, sino del presente, y eso de que tenga patente de corso y que su figura escape a todos los controles democráticos, debe pasar definitivamente a la historia. ¡A ver si va a resultar que tiene ascendencia divina y su poder emana de Dios, como en la Edad Media! ¡No te digo!
Insisto, todo este sainete, impropio de una democracia real, me parece una soberana tomadura de pelo. El cazador ha sido cazado, y este lamentable suceso no es más que la punta del iceberg –como el que provocó el hundimiento del Titanic– de una institución llena de sombras, hipocresía, falta de transparencia y oscuros intereses. Y no, los ciudadanos no somos niños pequeños a los que se les conforma con decir que no volverá a ocurrir. No necesitamos tutelas reales ni que nos digan lo que tenemos que pensar. Somos mayorcitos… aunque lo demostremos poco. ¡Ya está bien!
Fuente: La Verdad - Opinión - Camino a la utopía
Autora: Rosa Villada
¡Muy valiente, si señor, el artículo de la Villada! Y muy bien escrito.
ResponderEliminar