La verdad es que “la imperial
España”, en otros tiempos dueña de Flandes, los Países Bajos, no estaba
representada por Zapatero con la dignidad y el peso que requería nuestro país.
Zapatero, con su talante, se mostraba en Bruselas tímido, retraído, incomunicado
por el no conocimiento de lenguas extranjeras y, por otra parte, procurando que
pasaran inadvertidos(as) sus
intérpretes. España había perdido color en la Unión Europea: un país de
hoteleros y camareros, de turismo, principal fuente de ingresos.
La presencia de Rajoy en Bruselas
y su encuentro con su correligionaria, Frau Merkel, devolvió en un día a España
la grandeza de los Tercios de Flandes. Quien conocía a un Rajoy algo
desaliñado, con su barba rala tapando una boca de pez, por la que echaba sapos y culebras contra
Zapatero, ha podido ver en la televisión a un pulcro caballero español, con un
magnífico traje, siguiendo de la mano a la canciller alemana Merkel,
visiblemente feliz de no tener que
seguir tratando a un socialista, sino a uno de los suyos, miembro del PP Europeo. Prácticamente,
los socialistas o socialdemócratas están ya casi ausentes de la UE.
El presidente del Gobierno
español no ocultaba el pinganillo que le unía a su(s) intérpretes, se desenvolvía con los demás políticos como con amigos de
toda la vida (a fin de cuentas, todos ellos de la misma cuerda pepera). En poco tiempo, nuestro populista presidente
declaró radiante que España compartía los planes de recortes de la Unión
Europea y, dirigiéndose a su nueva amiga Merkel, que está de acuerdo con la
estrategia alemana.
Todavía suenan en nuestros oídos
las acusaciones de Rajoy con sus adláteres Soraya Sáenz de Santa María y María
Dolores de Cospedal, que reprochaban a
Zapatero y al PSOE en el Congreso de haber entregado soberanía, haber dejado
inerme a España, y poco menos, haber cometido alta traición. Rajoy aplicará ahora los mismos recortes planteados en Bruselas. Los votantes del PP
en las elecciones generales se llevarán una merecida sorpresa.
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