sábado, 26 de junio de 2010

"Símbolos"

Según leo en mi periódico, los obispos españoles creen que la retirada de los crucifijos alentará el ateísmo. Lo que alienta el ateísmo es que un número cada vez más elevado de fieles en el mundo, están comprendiendo que se les hace comulgar con ruedas de molino. En el siglo XXI y a comienzos del tercer milenio, la Iglesia no puede pretender que la gente, cada vez mejor preparada para afrontar la muerte, siga creyendo en sus mitos, leyendas y fantasías, declaradas dogmas por hombres como tú y como yo. El Papa ya no está considerado como “Dios en la Tierra”, infalible e inalcanzable por los mortales humanos, sino que se ponen en tela de juicio sus afirmaciones, incluso en círculos religiosos, y se ha producido, en contra de la resistencia de la Iglesia, una especie de democratización respecto a “Su Santidad”, que hacia afuera, para el gran rebaño de ovejas, sigue siendo “el divino Pastor”, pero en la propia Iglesia, sobre todo entre los teólogos, es un ser humano con su ambición de poder absoluto, sus querencias de una Iglesia menos moderna y más medieval, cuando el Papa tenía más poder sobre la nobleza y los “plebeyos”, y sus dudas y conflictos internos mitigados a través de la oración.

La Conferencia Episcopal española advierte de que la supresión de símbolos cristianos atenta contra la herencia y las tradiciones españolas y europeas. A mí el crucifijo me causa una especie de repelús por lo macabro que es ver a un cadáver clavado a una cruz, el instrumento más cruel de tortura y muerte de los romanos. Si a Jesús lo hubiesen ahorcado, ¿sería la horca el símbolo cristiano por excelencia con un Jesús colgando por el cuello de una soga? Con esta opinión no estoy solo. Los primeros papas prohibieron la exhibición de la cruz con el crucificado, porque para los primeros cristianos, recién salidos de las catacumbas, era muy humillante ante las demás religiones, que su Dios hubiese muerto como un vulgar criminal. Sería hacia el siglo IV cuando se generalizó la cruz como símbolo del cristianismo.

El Documento episcopal, sobre el que baso mis observaciones, ha estado motivado por la próxima decisión de la Corte de Justicia de la Unión Europea sobre un recurso presentado por Italia sobre la presencia de crucifijos en las escuelas públicas. Con anterioridad, el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos había sentenciado que esta exposición lesiona los derechos fundamentales. Y aquí pregunto yo: ¿Por qué no se procede con todo el rigor también contra los símbolos de otras religiones que se practican en España y resto de Europa Occidental, como el Islam? Mientras que los franceses se muestran severos en la prohibición de velos islámicos y de burkas, el Gobierno español muestra en este asunto una llamativa tibieza. ¡Qué favores espera La Moncloa del mundo islámico? ¿Es qué se quiere alagar a Mohamed VI? ¿Le debemos algo que no sepamos los españoles? ¿Nos perdona la vida en alguna parte de nuestro territorio? Sea como sea, por motivos culturales e históricos, a mí me parece irresponsable por parte de los sucesivos gobiernos españoles haber permitido que se asienten en España más de un millón de musulmanes. Los franceses, los británicos o los alemanes no causan problemas de adaptación. De los problemas de integración con musulmanes sabe mucho Alemania. El gobierno español debería consultar a sus colegas alemanes,

En fin. El gobierno español tiene, al menos en la mente, una ley sobre libertad religiosa. Para mí, el tema principal tendría que ser el laicismo. La aconfesionalidad establecida en la Constitución es un concepto demasiado gaseoso. A mí me gustaría una España laica, como Francia. Laico no quiere decir antirreligioso, sino absoluta neutralidad del Estado o de la Nación ante el hecho religioso. Y las iglesias deben buscarse la vida por sí mismas, y ninguna iglesia, basándose en el número de fieles, puede pretender la soberanía sobre las demás ni querer configurar con el Estado la vida pública.

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