La influencia de la televisión sobre las masas es alarmante, por eso yo siempre me he inclinado por la televisión pública independiente y me parece un paso positivo la renuncia de TVE 1 y TVE 2 a la publicidad.
Si la publicidad ya atontece a muchos, que ven en ella el mejor programa, hay que figurarse los estragos que puede hacer la propaganda política en cerebros no demasiado ágiles.
La televisión hace a las personas. Un ejemplo que todo español conoce es el de aquella jovencita rubia, bastante normal, el típico ligue en las fiestas del pueblo, que por los vericuetos de la vida conoce a un torero, de la que queda embarazada y abandonada. Esta jovencita, ya no tan joven, ha tenido el mérito de aprovechar el morbo que despertaba su caso en las emisoras privadas, un morbo mantenido candente a golpe de cámara y visitas a los platós, para hacer ella también carrera en la televisión. Hoy la persona en cuestión es un referente de lo interesante que es escuchar la vida privada de los demás, como hacen esa serie de profesionales de la prensa del corazón, que insisten en que son periodistas y que, entretanto, forman ya un lobby de difícil acceso para quienes aspiren a la crónica social seria.
O yo no tengo sentido del humor o el humor que me ofrecen las privadas (también las públicas, aunque más discretas) brilla por su ausencia. A Buenafuente lo quito nada más aparecer en la pantalla. No soporto su espacio, lo mismo que tampoco soportaba las groserías, el exhibicionismo y la mala uva de las “Crónicas Marcianas” de Sardá con el inefable venezolano Boris. Me acuerdo del mal que le hicieron a una pobre chica, que se creía cantante y a la que llamaron Tamara (existe una auténtica Tamara que sí es una buena cantante), y le hacían toda clases de honores y el público –teledirigido- la abrumaba con sus aplausos cuando graznaba aquello de “No cambié”. Pues bien, un día Sardá, o quien fuese, decidió que ya se había cansado del cachondeo y dejó caer a la pobre pseudo Tamara como a Cenicienta. Consecuencias: una fuerte depresión más otros elementos patológicos. La pobre chica no entendía que todo aquello, que aquel regusto de la fama, había sido una broma.
Lo que más me saca de quicio de la televisión privada son los llamados debates, sólo un pretexto para la publicidad. Salvo en la TVE 1 y TVE 2, y en la no pública CNN+, los debates emitidos por las privadas son una vergüenza. Allí no se va a dialogar sobre temas de actualidad, sino a gritar e interrumpirse unos a otros, de manera que no es posible enterarse de la opinión de nadie. Curiosamente, los que más chillan y los que más interrumpen son los “voceros” de la derecha. Alcanzada la cumbre del guirigay, el presentador (pinganillo en el oído para recibir las órdenes de arriba) interrumpe el espectáculo para rifar coches o regalar dinero. De regalo nada. También hay ahí negocio telefónico. Como mínimo un millón de televidentes llamarán a la emisora.
Yo esperaba que con la TDT mejoraría la calidad de los programas. Vana esperanza. Han aumentado los canales, eso sí; pero todos son igual de malos.
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