A primera vista, la crisis casi global, que estamos viviendo, podría parecer sólo un problema de déficits, falta de créditos, insolvencia de las grades naciones, que los gobiernos intentan atajar con severas medidas de ahorro, a costa de la clase trabajadora.
En realidad, lo que estamos viviendo es un movimiento más del voraz neocapitalismo en el ajedrez de la democracia y el capital. En su nueva fase, el neocapitalismo (neocon o neoliberalismo) se ha propuesto acabar con el Estado de Bienestar, que ahora, en las coordinadas internacionales actuales, ya no resulta rentable al capital. Si hasta ahora, el capitalismo necesitaba que los trabajadores tuviesen mayor fuerza adquisitiva a fin de poder consumir más (vivíamos en la sociedad del consumo), ahora, el crecimiento de la red social en los países democráticos occidentales, con el aumento de los gastos en prestaciones, hace que el neocapitalismo eche el freno y pretenda privatizar el Estado de Bienestar, para que sean los propios trabajadores quienes lo financien a través de seguros privados y aunque ello vaya en detrimento del consumo.
Bien visto, lo que estamos viviendo en un pulso del neocapitalismo a la democracia y sus instituciones, que cuestan dinero, pero que son el logro de una larga lucha del movimiento obrero contra la explotación capitalista. Es preciso un nuevo sistema con sindicatos fortalecidos por los propios trabajadores (afiliación) y un replanteamiento de la socialdemocracia, recuperando su discurso de defensa del obrero a nivel político.
Por mucho que ahorren los gobiernos (conservadores y socialdemócrata, como el PSOE) el conflicto no desaparecerá si no se le pone freno a esta fase del neoconservadurismo privatizador, cuyo objetivo final, de cara al nuevo siglo, es acabar con los Estados y con la democracia. Luchar contra este poderoso engendro es el gran reto de las democracias a comienzos del siglo XXI. Tal vez no sea demasiado tarde.
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