El tema de hoy me repugna. Pero me creo en la obligación de escribir aunque sea unas líneas al respecto. Siempre he pensado que el franquismo no ha desaparecido con la democracia. Estimo que casi media España sigue siendo franquista. Los hijos repiten lo que oyen de sus padres.
Es indignante que haya quienes opinan que con Franco se vivía mejor, y citan entre sus logros los pantanos como los neonazis recalcan que Hitler construyó la red alemana de autopistas. Todo lo demás es barrido debajo de la alfombra. En un debate en una de las televisiones fachas, algunos participantes así como “televidentes” que llamaban al programa, se defendía a Franco como el fundador de la Seguridad Social y por haber creado un “milagro económico español” y por haber acabado con el paro. Se refieren a la vergonzosa fecha del 59 a los 60, cuando millones de españoles tuvieron que abandonar la “patria” (unos a Latinoamérica, otros a Europa Central) para poder comer y dar de comer a los suyos. El “milagro económico” español se debió a la eficiente labor de desarrollo de la economía española llevada a cabo por los tecnócratas del Opus Dei, que desalojaron del poder a los falangistas a cuestas con su “revolución pendiente”. De un plumazo, el dictador envió a un rincón apartado del poder a los de “Isabel y Fernando” y del Cara al Sol, perfectamente inútiles. En ayuda de las reformas de los tecnócratas vino la emigración laboral española, que descongestionó el paro y el mercado laboral.
Pero la discusión del debate giraba en torno a si se deben suprimir los símbolos franquistas, defendidos a capa y espada por los ultras, que siempre hablan de que Franco representa una parcela de la Historia de España. Desgraciada parcela. Para los franquistas trasnochados y los jóvenes nostálgicos, la bandera “con la gallina” y los emblemas de Isabel (flechas) y Fernando (yugo) tendría que ser todavía la insignia nacional. No se pronuncian abiertamente en contra de nuestra democracia, pero dan a entender que añoran la dictadura, en la que no sucedían las cosas que suceden hoy en la sociedad. Obvian -¿por ignorancia?- que lo que ocurre en España es desgraciadamente un fenómeno mundial y que la situación económica de España no puede atribuirse a la democracia, sino a una crisis internacional provocada por los neoconservadores, cuya única doctrina es el amasar dinero cueste lo que cueste. ¿Habría acabado el dictador a tiro limpio o con el garrote vil con estos problemas? Soy partidario de que, sin olvidar, vayamos desplazando aquel siniestro periodo de nuestra convulsa Historia al basurero. Las próximas generaciones irán, espero, limpiando a España de “glorias imperiales” y construirán la España nueva a la altura de las naciones de la Unión Europea. Para entonces, los franquistas se habrán convertido en fósiles.
La participación de la escritora Lidia Falcón en el debate fue una brisa de aire fresco y democrático en aquel siniestro debate.
Es indignante que haya quienes opinan que con Franco se vivía mejor, y citan entre sus logros los pantanos como los neonazis recalcan que Hitler construyó la red alemana de autopistas. Todo lo demás es barrido debajo de la alfombra. En un debate en una de las televisiones fachas, algunos participantes así como “televidentes” que llamaban al programa, se defendía a Franco como el fundador de la Seguridad Social y por haber creado un “milagro económico español” y por haber acabado con el paro. Se refieren a la vergonzosa fecha del 59 a los 60, cuando millones de españoles tuvieron que abandonar la “patria” (unos a Latinoamérica, otros a Europa Central) para poder comer y dar de comer a los suyos. El “milagro económico” español se debió a la eficiente labor de desarrollo de la economía española llevada a cabo por los tecnócratas del Opus Dei, que desalojaron del poder a los falangistas a cuestas con su “revolución pendiente”. De un plumazo, el dictador envió a un rincón apartado del poder a los de “Isabel y Fernando” y del Cara al Sol, perfectamente inútiles. En ayuda de las reformas de los tecnócratas vino la emigración laboral española, que descongestionó el paro y el mercado laboral.
Pero la discusión del debate giraba en torno a si se deben suprimir los símbolos franquistas, defendidos a capa y espada por los ultras, que siempre hablan de que Franco representa una parcela de la Historia de España. Desgraciada parcela. Para los franquistas trasnochados y los jóvenes nostálgicos, la bandera “con la gallina” y los emblemas de Isabel (flechas) y Fernando (yugo) tendría que ser todavía la insignia nacional. No se pronuncian abiertamente en contra de nuestra democracia, pero dan a entender que añoran la dictadura, en la que no sucedían las cosas que suceden hoy en la sociedad. Obvian -¿por ignorancia?- que lo que ocurre en España es desgraciadamente un fenómeno mundial y que la situación económica de España no puede atribuirse a la democracia, sino a una crisis internacional provocada por los neoconservadores, cuya única doctrina es el amasar dinero cueste lo que cueste. ¿Habría acabado el dictador a tiro limpio o con el garrote vil con estos problemas? Soy partidario de que, sin olvidar, vayamos desplazando aquel siniestro periodo de nuestra convulsa Historia al basurero. Las próximas generaciones irán, espero, limpiando a España de “glorias imperiales” y construirán la España nueva a la altura de las naciones de la Unión Europea. Para entonces, los franquistas se habrán convertido en fósiles.
La participación de la escritora Lidia Falcón en el debate fue una brisa de aire fresco y democrático en aquel siniestro debate.
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