Recientemente vi en la televisión un documental sobre la vieja cuestión de si los animales tienen alma. En el documental se entrevistaba a una serie de científicos de varios países, que afirmaban que los animales sí tienen alma, porque tienen cerebro. Recordaban que “animal” procede del latín “anima”, que es el principio activo de nuestra existencia psíquica y física. Entre el ser humano y el animal existe sin embargo la importante diferencia del plano vital en el que cada especie se encuentra. El cerebro del ser humano es de enorme complejidad y está abierto a un constante desarrollo.
Cada especie animal tiene su propio sistema de comunicación, culminando en el lenguaje humano de millares de años de existencia, que se ha ido fragmentando hasta formar las actuales lenguas que se hablan en nuestro planeta. El lenguaje no es estático: paulatinamente, van evolucionando las lenguas (con neologismos y cambios prosódicos), que dentro de unos mil años serán bastante diferentes de las que hablamos hoy. El castellano en el que está escrito el Cantar del Mío Cid no es, por ejemplo, el mismo que hablamos hoy. Sólo los judíos españoles expulsados en 1492 por los Reyes Católicos, los sefardíes, siguen hablando el castellano antiguo (el ladino), que a nosotros ahora nos suena a una lengua extranjera.
Volviendo a los animales, la ternera, la cabra o la cerda –pongamos por caso– sí tienen conciencia de que le roban a su hijo: el ternero, el cabritillo o el lechón. Una gran tristeza y desesperación se apodera de ellas. En general, los animales de nuestra dieta sienten miedo cuando va a buscarlos el matarife y tienen la sensación de su muerte, aunque ésta, en los últimos tiempos, apenas causa dolor. El animal chilla porque sabe que va a morir, no porque vaya a sufrir dolores, que casi se han desterrado de los mataderos oficiales. Si no fuese porque no soy un amante de la verdura, me gustaría ser vegetariano. Pero no soy soberbio y no quiero ir contra la naturaleza que nos ha hecho animales omnívoros. Como la menor cantidad de carne posible. Los humanos también necesitamos proteínas y otras vitaminas en estado natural, cuya eficacia es mucho mayor que las fabricadas artificialmente. Los asiáticos saben que todo animal es rico en proteínas y así comen también hormigas, escorpiones o abejas tostadas. En los entrenamientos de los soldados norteamericanos, para sobrevivir, figura cazar y comer crudos hormigas, escarabajos o saltamontes. El saltamontes o el escorpión tostados son una golosina en el Japón.
El ser humano es el mayor depredador del planeta. Hace unos cinco mil años, el canibalismo era general. La diferencia con determinados animales caníbales es que entre los seres humanos existía el canibalismo alimenticio y el canibalismo ritual. Cuando Hernán Cortés conquistó México (1519-1521), los aborígenes ya habían progresado, en su mayoría, al canibalismo ritual. Se sacrificaban seres humanos a los dioses, pero llegada la civilización, las personas fueron sustituidas por animales. Existía también un canibalismo ritual que consistía en comerse partes del enemigo en la creencia de que así pasarían su valentía y demás energías al vencedor. En nuestro mundo civilizado existen ritos de un canibalismo metafórico, como la eucaristía entre los cristianos. Los romanos se reían de los primeros cristianos “porque se comían a su dios”. (En realidad, el rito no es cristiano. Está tomado del culto egipcio de Isis, Osiris y Horus, por entonces con tres mil años de antigüedad). Todavía existe la antropofagia: en pueblos africanos, polinésicos o de Nueva Guinea. Sin embargo, la intensa actividad de misioneros está acabando paulatinamente con esta barbaridad.
Regresamos al documental en cuestión, en el que también se trató de la relación entre cerebro y canibalismo. Los científicos afirman que se equivocan los que crean que sólo tienen cerebro los animales mamíferos grandes. También los diminutos lo tienen. Si no, ¿cómo explicarse la existencia de maravillosas construcciones como los hormigueros o las colmenas? La perfección de estas obras de hormigas, abejas y avispas, es un claro indicio de que existe comunicación entre ellas y por tanto un cerebro que la elabora. El instinto no basta.
Cada especie animal tiene su propio sistema de comunicación, culminando en el lenguaje humano de millares de años de existencia, que se ha ido fragmentando hasta formar las actuales lenguas que se hablan en nuestro planeta. El lenguaje no es estático: paulatinamente, van evolucionando las lenguas (con neologismos y cambios prosódicos), que dentro de unos mil años serán bastante diferentes de las que hablamos hoy. El castellano en el que está escrito el Cantar del Mío Cid no es, por ejemplo, el mismo que hablamos hoy. Sólo los judíos españoles expulsados en 1492 por los Reyes Católicos, los sefardíes, siguen hablando el castellano antiguo (el ladino), que a nosotros ahora nos suena a una lengua extranjera.
Volviendo a los animales, la ternera, la cabra o la cerda –pongamos por caso– sí tienen conciencia de que le roban a su hijo: el ternero, el cabritillo o el lechón. Una gran tristeza y desesperación se apodera de ellas. En general, los animales de nuestra dieta sienten miedo cuando va a buscarlos el matarife y tienen la sensación de su muerte, aunque ésta, en los últimos tiempos, apenas causa dolor. El animal chilla porque sabe que va a morir, no porque vaya a sufrir dolores, que casi se han desterrado de los mataderos oficiales. Si no fuese porque no soy un amante de la verdura, me gustaría ser vegetariano. Pero no soy soberbio y no quiero ir contra la naturaleza que nos ha hecho animales omnívoros. Como la menor cantidad de carne posible. Los humanos también necesitamos proteínas y otras vitaminas en estado natural, cuya eficacia es mucho mayor que las fabricadas artificialmente. Los asiáticos saben que todo animal es rico en proteínas y así comen también hormigas, escorpiones o abejas tostadas. En los entrenamientos de los soldados norteamericanos, para sobrevivir, figura cazar y comer crudos hormigas, escarabajos o saltamontes. El saltamontes o el escorpión tostados son una golosina en el Japón.
El ser humano es el mayor depredador del planeta. Hace unos cinco mil años, el canibalismo era general. La diferencia con determinados animales caníbales es que entre los seres humanos existía el canibalismo alimenticio y el canibalismo ritual. Cuando Hernán Cortés conquistó México (1519-1521), los aborígenes ya habían progresado, en su mayoría, al canibalismo ritual. Se sacrificaban seres humanos a los dioses, pero llegada la civilización, las personas fueron sustituidas por animales. Existía también un canibalismo ritual que consistía en comerse partes del enemigo en la creencia de que así pasarían su valentía y demás energías al vencedor. En nuestro mundo civilizado existen ritos de un canibalismo metafórico, como la eucaristía entre los cristianos. Los romanos se reían de los primeros cristianos “porque se comían a su dios”. (En realidad, el rito no es cristiano. Está tomado del culto egipcio de Isis, Osiris y Horus, por entonces con tres mil años de antigüedad). Todavía existe la antropofagia: en pueblos africanos, polinésicos o de Nueva Guinea. Sin embargo, la intensa actividad de misioneros está acabando paulatinamente con esta barbaridad.
Regresamos al documental en cuestión, en el que también se trató de la relación entre cerebro y canibalismo. Los científicos afirman que se equivocan los que crean que sólo tienen cerebro los animales mamíferos grandes. También los diminutos lo tienen. Si no, ¿cómo explicarse la existencia de maravillosas construcciones como los hormigueros o las colmenas? La perfección de estas obras de hormigas, abejas y avispas, es un claro indicio de que existe comunicación entre ellas y por tanto un cerebro que la elabora. El instinto no basta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario