El mundo sigue con horror los acontecimientos en Túnez, donde estalló hace unos días una revuelta popular, dejando un reguero de muertos, heridos y sangre. La revuelta ha obligado al presidente-dictador Zine El Abidine Ben Ali a tomar las de Villa Diego, exiliándose en el extranjero. Francia, donde él quería establecerse, le rechazó. El fugitivo dejó anunciadas elecciones dentro de seis meses. Según han informado los medios, el fugitivo sacó de Túnez una tonelada y media de oro.
En un análisis meticuloso de la situación en Túnez, uno de los países árabes más prooccidentales, no puede descartarse Al Qaeda con su meta de recuperar el territorio islámico, plan en el que también está incluida España y una franja que va de los Pirineos Orientales hasta Narbona, en el sur de Francia. Especialmente odiosos son para Al Qaeda los países árabes amigos de Occidente y con una actitud demasiado relajada ante el Islam. Aunque en Arabia Saudita la religión coránica se toma muy en serio, enemigos declarados de los fundamentalistas son el rey Ben Ali y los demás miembros de la familia real, considerados como una banda de corruptos.
En 1992, un golpe de estado militar apartó en Argelia a los islamistas, que habían ganado mayoritariamente las elecciones. Desde entonces, los militares son los custodios contra el fanatismo islamista, lo cual ganó las simpatías de los gobiernos occidentales, aunque al principio, y sin conocimiento suficiente de causa, se habló en la prensa de un golpe antidemocrático. También en Túnez como en Turquía el ejército está contra un estado teocrático como en Irán. Esperemos que los fanáticos islamistas disfrazados de ovejas no ganen los próximos comicios en Túnez.
La opinión pública mundial tomó conciencia por primera vez del peligro islámico con el atentado el 11 de septiembre de 2002 contra las Torres Gemelas. Si Túnez, uno de los países árabes más occidentales, cayera en manos islámicas, seguiría después Siria y Egipto, donde el radicalismo musulmán tiene mucha fuerza. Y en el caso de que se hundiera la actual estructura de poder en Argelia, Marruecos, también prooccidental, sería la próxima presa del fundamentalismo coránico, lo cual nos atañería muy directamente a los españoles.
En un análisis meticuloso de la situación en Túnez, uno de los países árabes más prooccidentales, no puede descartarse Al Qaeda con su meta de recuperar el territorio islámico, plan en el que también está incluida España y una franja que va de los Pirineos Orientales hasta Narbona, en el sur de Francia. Especialmente odiosos son para Al Qaeda los países árabes amigos de Occidente y con una actitud demasiado relajada ante el Islam. Aunque en Arabia Saudita la religión coránica se toma muy en serio, enemigos declarados de los fundamentalistas son el rey Ben Ali y los demás miembros de la familia real, considerados como una banda de corruptos.
En 1992, un golpe de estado militar apartó en Argelia a los islamistas, que habían ganado mayoritariamente las elecciones. Desde entonces, los militares son los custodios contra el fanatismo islamista, lo cual ganó las simpatías de los gobiernos occidentales, aunque al principio, y sin conocimiento suficiente de causa, se habló en la prensa de un golpe antidemocrático. También en Túnez como en Turquía el ejército está contra un estado teocrático como en Irán. Esperemos que los fanáticos islamistas disfrazados de ovejas no ganen los próximos comicios en Túnez.
La opinión pública mundial tomó conciencia por primera vez del peligro islámico con el atentado el 11 de septiembre de 2002 contra las Torres Gemelas. Si Túnez, uno de los países árabes más occidentales, cayera en manos islámicas, seguiría después Siria y Egipto, donde el radicalismo musulmán tiene mucha fuerza. Y en el caso de que se hundiera la actual estructura de poder en Argelia, Marruecos, también prooccidental, sería la próxima presa del fundamentalismo coránico, lo cual nos atañería muy directamente a los españoles.
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