Dos países atrajeron ayer domingo la atención mundial: Francia y Grecia, donde se celebraron elecciones parlamentarias. Para la Unión Europea los más importantes eran los comicios griegos, en los que estaban en juego la permanencia de Grecia en la eurozona y, por tanto, la ulterior existencia de la UE. Los resultados hasta ahora conocidos desde Atenas, permiten esperar una gran coalición entre el conservador Nea Demokratia y el socialista Passok, cuya magra cosecha permite suponer que un gran número de sus votantes se han pasado a la extrema izquierda. La sensatez política aboga por la coalición entre ambas grandes formaciones políticas, de lo contrario el país sería ingobernable con las graves consecuencias que ello comportaría para la UE.
En Francia, el triunfo de Hollande en la Asamblea Nacional es asimismo de extraordinaria importancia. Hollande podrá ahora llevar a cabo sin trabas su programa para Francia y para Europa. Francia se convierte así en un polo de estabilidad en una revuelta Europa. El fantasma de la extrema derecha se desvanece. Pero la canciller alemana Merkel no tiene mucho motivo de júbilo. Hollande no comparte todas las tesis de la jefe de Gobierno alemán, aunque el objetivo sea el mismo: salvar al euro y salvar a la Unión Europea. Cierta arrogancia de poder que emanaba del Berlín de Merkel se desvanece, aunque no está descartado que entre Frau Merkel y Hollande se desarrolle una buena cooperación: pero sin hegemonismos.
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