Me cuesta cada vez más trabajo escribir en castellano cuando coinciden en la misma frase “sujetos” (¿sujetas?) de diferente sexo pero con la misma condición. ¿Cómo decir?: ¿“Los estudiantes y las estudiantas”? Si escribo “los estudiantes”, ¿no se me tachará de machista? Parece que en las facultades de periodismo ningún profesor habla a sus alumnos (y alumnas) de la existencia en todos los idiomas, también en español, del llamado género epiceno, que rige por igual para el sexo masculino y el femenino. En alemán hay incluso palabras como “Mensch”, que sirven tanto para el hombre como para la mujer y que en español sería “el humano” o “el ser humano”.
En español, la creación de un femenino partiendo de un epiceno resulta no sólo cacofónica, sino en ocasiones, ridícula. “La jueza” se las trae. Antes, la jueza era la mujer del juez, lo mismo que la abogada era la esposa del abogado. Había, en ocasiones, un tonillo despectivo en ambas palabras, a las que habría que sumar, entretanto, una lista interminable. Con “la médica” no transijo. Prefiero decir: la doctora. Puestos a no discriminar tendríamos que decir “el policío”, “el deportisto”, “el periodisto” o “el futbolisto” por no poner más que unos pocos ejemplos.
Pero hay otros casos en el uso público del castellano que también me sacan de mis casillas. Por ejemplo: el leísmo, consistente en utilizar el complemento directo masculino “le” por el femenino “la”, que sería lo correcto: Así, pues, “le vi” en vez de “la vi” o “le saludó” en vez de “la saludó”. Falso. Existe la siguiente regla: se dice “la” cuando el complemento directo (en acusativo) se refiere a una mujer. “Le” cuando se trata del complemento indirecto (en dativo): “Le dio un fuerte abrazo”. En fin, he perdido toda esperanza de recuperar el complemento directo femenino, así como me parece irrecuperable el pronombre relativo con valor posesivo:”cuyo”. Para evitar su uso se acude a toda clase de frases enrevesadas: “El padre del cual el hijo estudia medicina” por “cuyo hijo estudia medicina” (que sería lo más fácil).
Con indignada resignación oigo a menudo, también en boca de diputados (lo cual no es ciertamente una garantía): “Detrás mía”, “delante suyo”. Por lo visto, los docentes no saben que los adverbios de lugar no admiten pronombres posesivos: Lo correcto es decir: “Detrás de mí”, “delante de él”.
La lengua forma parte de nuestro entorno, de nuestro “medioambiente”. Tenemos que cuidarla para que no nos pase como con la Torre de Babel. Hablemos sencillo, pero correcto.
Suspenso pues para “las profesoras y los profesores”, para “las redactoras-jefas y los redactores-jefes” y también para la Real Academia Española (RAE), autoridad responsable de la conservación de nuestra lengua.
En español, la creación de un femenino partiendo de un epiceno resulta no sólo cacofónica, sino en ocasiones, ridícula. “La jueza” se las trae. Antes, la jueza era la mujer del juez, lo mismo que la abogada era la esposa del abogado. Había, en ocasiones, un tonillo despectivo en ambas palabras, a las que habría que sumar, entretanto, una lista interminable. Con “la médica” no transijo. Prefiero decir: la doctora. Puestos a no discriminar tendríamos que decir “el policío”, “el deportisto”, “el periodisto” o “el futbolisto” por no poner más que unos pocos ejemplos.
Pero hay otros casos en el uso público del castellano que también me sacan de mis casillas. Por ejemplo: el leísmo, consistente en utilizar el complemento directo masculino “le” por el femenino “la”, que sería lo correcto: Así, pues, “le vi” en vez de “la vi” o “le saludó” en vez de “la saludó”. Falso. Existe la siguiente regla: se dice “la” cuando el complemento directo (en acusativo) se refiere a una mujer. “Le” cuando se trata del complemento indirecto (en dativo): “Le dio un fuerte abrazo”. En fin, he perdido toda esperanza de recuperar el complemento directo femenino, así como me parece irrecuperable el pronombre relativo con valor posesivo:”cuyo”. Para evitar su uso se acude a toda clase de frases enrevesadas: “El padre del cual el hijo estudia medicina” por “cuyo hijo estudia medicina” (que sería lo más fácil).
Con indignada resignación oigo a menudo, también en boca de diputados (lo cual no es ciertamente una garantía): “Detrás mía”, “delante suyo”. Por lo visto, los docentes no saben que los adverbios de lugar no admiten pronombres posesivos: Lo correcto es decir: “Detrás de mí”, “delante de él”.
La lengua forma parte de nuestro entorno, de nuestro “medioambiente”. Tenemos que cuidarla para que no nos pase como con la Torre de Babel. Hablemos sencillo, pero correcto.
Suspenso pues para “las profesoras y los profesores”, para “las redactoras-jefas y los redactores-jefes” y también para la Real Academia Española (RAE), autoridad responsable de la conservación de nuestra lengua.
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