sábado, 8 de septiembre de 2018

ATALAYA: La Feria de Albacete




Ayer, la cabalgata y la apertura de la Puerta de Hierros dieron el pistoletazo de salida a la Feria de Albacete 2018. Y como si un duendecillo travieso hubiera guiado mi mano, buscando un prosaico documento me topé con una carpeta repleta de apuntes, poemas y pinceladas escritos por mi difunto esposo Manuel. Entre ellos esta bonita y semblanza del año 2000 sobre la Feria de Albacete que, a continuación, quiero compartir con los lectores de nuestro blog. Y digo "nuestro" porque, aunque Manuel haya fallecido y yo no me dedique con tanta regularidad como antes a publicar entradas en el blog, quiero contribuir publicando textos suyos como pequeño homenaje a que el espíritu de su creador siga vivo, no sólo en la mente de todos los que le queríamos y admirábamos.
 
LA FERIA DE ALBACETE
 
Los que han permanecido en Albacete y han vivido día a día su transformación, no pueden imaginarse el impacto que esta pequeña (y grande) urbe causa en el retornado, que hace cuarenta años salió de aquí para residir en el Extranjero, concretamente en la capital de Baviera, Múnich. Con paciencia de arqueólogo voy buscando por las nuevas calles, ahora comerciales y profusamente iluminadas, aquellos callejones entrañables, de escasa iluminación – a veces basaba una simple bombilla adosada al muro de una casita – y aquellos rincones que encerraban nuestra adolescencia, como la que nosotros llamábamos “Era de la Jaula” y que yo ahora intuyo detrás de la Clínica del Rosario, donde ha sentado sus reales de hormigón y asfalto la calle del Arquitecto Vandelvira.

¡Cuántos partidos de fútbol hemos jugado allí los estudiantes del Instituto! Paulino Vázquez, Antonio Martínez Sarrión, Adrián Villalba y un servidor, entre otros, demostramos allí “capacidades futbolísticas” desaprovechadas en aras de nuestras futuras ocupaciones intelectuales! Por todas partes he buscado los preciosos chalés enfrente del parque. Sólo veo grandes edificios de varios pisos, exceptuando el chalé que ahora ocupa la Policía Local, y tal vez alguno más olvidado por la destructora piqueta. Quien me ayuda mucho en mi redescubrimiento del Albacete de aquellos tiempos, indispensable para que me adapte al actual, es José Sánchez de la Rosa en su columna de “La Verdad”. Gracias a él he recuperado la Plaza de las Carretas y sus aledaños, o el Paseo de la Cuba. Del gran cronista albaceteño he tomado la acertada observación de que “Albacete no se ha renovado; ha sido suplantado por otra ciudad distinta”. También la Feria ha cambiado. Ya no es una fiesta casi pueblerina, sino un “evento”-como se dice ahora- propio de una gran ciudad, “prusianamente organizado”. Sin ánimo de exagerar, he de decir que la Feria de Albacete no desmerece de otras conocidas ferias españolas y extranjeras, salvando, claro está, las proporciones.
 
Yo recuerdo ahora la Feria, nuestra Feria, de los años cincuenta. Albacete se vestía con sus mejores galas para celebrar su Feria de septiembre. La calle de la Feria y el paseo de mismo nombre, que durante todo el año permanecían por la noche silenciosos y oscuros, se convertían de repente en una larga y policroma serpiente luminosa. Bajo los arcos voltaicos, un caudaloso río humano se movía perezosamente y se iba remansando conforme se aproximaba al Real de la Feria, una construcción semejante a una gran plaza de toros o un cortijo, en cuyo interior exponían las diversas industrias artesanas de la región, entre ellas, en lugar destacado, la cuchillería, las famosas navajas de Albacete, También había pequeños pabellones de empresas nacionales e incluso recuerdo haber visto una exposición de libros de la estadounidense Casa de América. Durante el día, aquel cortijo redondo cegaba la vista con sus fachadas enjalbegadas convertidas en brasa blanquísima por el sol. Por la noche, el Real de la Feria se ofrecía a la vista con su espléndida iluminación como la lujosa tienda de un califa de las Mil y una Noches.
 
El río humano se detenía y arremolinaba ante el Real para volver a formar otra densa corriente que descendía e sentido inverso, desparramándose después en forma de afluente por los Jardinillos y las casetas y repartiéndose entre los carruseles, el látigo, la noria, las barcas, los tiovivos, el laberinto o el teatro chino. El polvo levantado por la gigantesca oruga humana en constante movimiento flotaba como una nube rosácea sobre las bombillas de los arcos de luces. El ambiente estaba cargado de mil olores contradictorios: a pescado frito, carne a la brasa, morcillas, almendras tostadas y garapiñadas, vino peleón, cerveza y horchata. Los altavoces luchaban a brazo partido en un frenético guirigay de pregones, flamenco y boleros, creando una atmósfera acústica tan enrarecida como el aire.

Esas noches de Feria, Paulino Vázquez y yo disfrutábamos de la tranquilidad del Parque abandonado y totalmente ajeno al trajín popular. Allí hablábamos de nuestros planes para el futuro que ya se iba aproximando. Sólo nos queda un año para concluir el bachillerato. Dentro de pocas semanas empezaría el nuevo curso, el último para nosotros si no nos cateaban en la reválida.

Para mí la Feria marcaba el fin del verano, el fin de la autonomía personal, de la libertad para poder estructurar las horas como me diera la gana. Todavía abrasaba el sol al mediodía como en agosto y cegaba la vista al caer de plano sobre las fachadas blanquísimas del gran poblachón manchego que era Albacete. Los domingos por la mañana, el quiosco de helados y de horchata de Los Valencianos en el Parque era el lugar más concurrido. Coincidían allí los pequeños burgueses de bigotito y barriga que acababan de salir de misa y, recién confesados y comulgados, prolongaban con sus hijos menores de edad la dominical eucaristía tomando helados con barquillos. Todavía era verano, pero un algo sutil en la atmósfera, una súbita y brevísima brisa fresca que surcaba el calorín, un indefinido e indefinible matiz en el azul del cielo algo más pálido que hacía sólo un par de semanas, una más intuida que percibida tonalidad distinta de las inmóviles nubecillas de algodón, que por encima de los pinos filtraban durante segundos con nácar la luz del sol, me decía que ya todo no era lo mismo, que algo había cambiado fuera y dentro de mí y que aquella prórroga estival era sólo el disfraz con el que solía sorprendernos, quizás mañana mismo, el otoño. No me engañaba. Dos o tres días después de haber comenzado la Feria solían formarse a la caída de la tarde negros nubarrones en el poniente, al tiempo que se levantaba un viento grueso y fresco con cuyas primeras bocanadas llegaban intensos chaparrones. La derrota del verano la proclamaban definitivamente los escasos relámpagos, débiles y violáceos y sin truenos, que encendían el cielo nocturno por la parte de Levante.
 
Esas noches eran las que prefería para leer en mi cuarto a la luz del flexo. La lectura alargaba mi libertad ya condicional, sumiéndome en un mundo en el que las horas no contaban ni los días se dividían aún en clase de Matemáticas, de Física y Química, de Latín, de Geografía e Historia…
Manuel Moral († 24.04.2017)
 
 
 
 

 

PINCELADA: Mi primera Feria






Mi primera Feria de Albacete fue en el año 1976. Después de la muerte del dictador, una vez levantada la prohibición de pisar territorio español, a Manuel le apetecía que visitásemos en coche algunos de los pintorescos pueblos de La Mancha. Fraccionábamos estratégicamente nuestras vacaciones, utilizando todos los “puentes” para giras cortas, y dejábamos las tres primeras semanas de septiembre para viajes más largos por Europa. Por aquel entonces teníamos un Volvo 244 de color verde claro que llamó bastante la atención por aquí, especialmente por sus descomunales parachoques y porque se veían todavía pocos Volvos en España. Era un coche robusto, seguro y también bastante rápido, ya que habíamos comprado su versión de 110 caballos.
 
Con ese tanque sueco nos hicimos los 1870 Km de Múnich a Albacete en tres etapas, con parada obligatoria en Perpiñán a la ida y a la vuelta, para visitar un par de días a mis tíos. Solíamos ir sin prisa porque nos gustaba disfrutar del paisaje y, al anochecer, pararnos a dormir por el camino en algún pequeño hotel o alojamiento rural con encanto. En este preciso viaje, Manuel me iba contando por el camino los orígenes de la Feria, anécdotas y vivencias propias y ajenas, todas ellas relacionadas con esa macrofiesta que se monta año tras año para el disfrute de millones de lugareños y foráneos.
 
 Recuerdo muy bien nuestra llegada a Albacete en plena Feria. Era bastante complicado circular por las calles y todavía más conseguir aparcamiento en el centro de la ciudad. Finalmente, pudimos dejar el coche justo al lado de la casa de la familia de Manuel, en la calle San Antón, por donde por aquel entonces todavía circulaba  la versión moderna del mítico autobús conocido como “el piojo verde”. Estaba terminantemente prohibido aparcar en esa zona pero, como llevábamos matrícula extranjera, cuando apareció el guardia a amonestarnos nos hicimos los "longuis" y le contestamos en alemán. El pobre hombre nos dejó por imposibles. Hoy, con el afán recaudatorio de los municipales, ese comportamiento tan laxo sería impensable. Mi cuñada María Dolores se indignó enormemente por ese trato preferencial. Cuando iba a protestar ante el guardia contra la discriminación entre turistas extranjeros y nacionales, su hermano (mi marido) la cogió del brazo y le pegó un bufido para recordarle que, en ese preciso caso, su afán de justicia la llevaría a perjudicar a su propia familia.
 
Nos hospedamos en la Residencia Albar, que estaba bastante bien pero no tenía garaje. Afortunadamente, mi cuñada, que tiene amigos hasta en el infierno, pudo encontrarnos una plaza en un parking cercano. De entrar y sacar los coches se encargaba un empleado que los colocaba uno al lado del otro como las sardinas enlatadas para sacar mayor rendimiento al negocio. Era un joven extremadamente delgado, casi escuchimizado, algo absolutamente necesario para poder salir del coche en los pocos centímetros que separaban un vehículo del otro. Puede que por eso mismo le dieran el puesto.
 
Por aquel entonces, el tristemente desaparecido abogado y poeta Ramón Bello Bañón, un gran amigo de la familia Moral desde sus tiempos de pasante en el bufete de mi suegro, era alcalde de Albacete. Ramón, quiso con la mejor de las intenciones homenajearnos con unas entradas de palco para una corrida de toros. El pobre no sabía que Manuel y yo éramos alérgicos a los espectáculos taurinos. Ambos apreciábamos el arte de la “fiesta nacional”; lo que no nos gustaba era la tortura por la que tenía que pasar el pobre animal hasta que, por fin, la salvación de sus sufrimientos le llegaba a través de la muerte. Sin embargo, Ramón tuvo más suerte con la invitación a una cena informal en la misma Feria.


Quedamos con él y su bella y simpática esposa Lita en tomar primero un aperitivo en una terraza del Altozano. Después, nos fuimos caminando chino chano  por la calle Baños hasta el Paseo de la Feria. Allí, cerca de los Jardinillos, Ramón había reservado una mesa en una de las casetas (normalmente, no se admiten reservas pero él, como alcalde, tenía bula). Nada más llegar al Paseo de la Feria, me di cuenta de que algunos transeúntes se giraban a mi paso. Era mi vestimenta, totalmente fuera de lugar para darse un garbeo por la Feria, lo que les llamaba la atención. No se me había ocurrido otra cosa mejor que ponerme un precioso vestido largo “ad lib” ibicenco, de color azul plomo con encajes de color crudo y con su chal a juego para el frescor de la noche, más apropiado para una velada junto al mar que para ir a comer “tajás” a la Feria. Mientras que Lita, impecable como siempre en su traje pantalón blanco, y mi cuñada María Dolores, por aquel entonces muy dada a las marquitas, con un conjunto de blusa y pantalón muy bonitos, yo daba el cante. Me sentí todavía más ridícula cuando nos pusieron en la mesa un plato al centro con morcillas, chorizos y forro a la plancha. ¡La comida ideal para un atuendo como el mío!
 
Tengo que decir en honor a la verdad que, una vez pasado el primer sofocón, tras un par de vasitos de vino para acompañar los contundentes manjares del chiringuito, pronto se me pasó la sensación de vergüenza, tipo “tierra trágame”, que sentí al principio. La amena conversación y la buena compañía me hicieron olvidar por completo mi “faux pas” estilístico y disfrutar plenamente de aquella noche estrellada en mi primera Feria de Albacete. Eso sí, aunque no tuviese él la culpa de nada, al vestido le cogí tanta tirria que no me lo volví a poner. Finalmente, se lo regalé a una amiga que tenía la misma talla que yo.
Margarita Rey


 
 

LEÍDO EN LA PRENSA





Hace un año destrozaron el Parlament
Cuando nos hemos enterado de cómo se desarrollaron las sesiones parlamentarias que hace un año tramitaron las leyes de transitoriedad y del referéndum, se suma a la inquietud de entonces, la estupefacción de ahora. Lo que perpetrasteis en el Parlament fue inútil, gratuito, banal y un estropicio jurídico.

Ahora Joan Tardà dice que es estúpido el que crea que puede imponer la independencia sin tener en cuenta a la mitad de los catalanes. Hace un año éramos estúpidos la mitad de los catalanes no independentistas. Lo del señor Tardà y Esquerra es memorable, pero quizá les falta decir que se equivocaron y atreverse a marcar distancias. Un año después de aquellos días, que ni vosotros conmemoráis, tenemos a los políticos en la cárcel, el autogobierno diezmado, la sociedad más rota, las empresas fuera y… a Torra. La situación es impeorable.

Habéis sometido a media Catalunya a falsas expectativas y a la otra media al ostracismo. Felicidades. Si es cierto que Esquerra tiene una visión distinta a la de Puigdemont, o se manifiestan en público como Tardà, o siguen siendo palanganeros de 'Puchi'. Si es cierto que piensan de Puigdemont lo que parece, no es ético seguir callando. ¿Oiremos algún día a alguien decir que se equivocaron?
Es muy sencillo decirlo en público, en serio: "Cometimos un error y hay que empezar de nuevo".

La prueba de que todo fue un disparate es que Puigdemont y Junqueras no tenían buena sintonía, pero ahora se detestan. Puigdemont no le perdona a Junqueras que no le apoyase cuando quería convocar autonómicas, y Junqueras lo de "mañana a los despachos" y su posterior huida.

¿Por qué no conmemoráis lo que sucedió hace un año en el Parlament? ¿Porque los partidos políticos que votasteis a favor, ni habláis del tema? El desastre posterior, el 1 de octubre, las cárceles, las escapadas…, todo viene de aquellas sesiones, en las que ahora sabemos que no creían ni Junqueras ni Puigdemont. Vieron que aquello era una chapuza legal y política, pero siguieron adelante "por presiones" de sectores 'indepes'. Repito, las máximas autoridades del Govern ven que aquello es un desastre y siguen adelante por "presiones".

Los que nos han llamado 'botiflers' y traidores durante años se defecaron encima cuando pensaron que entidades privadas les podían acusar de lo mismo. Un Govern se suicida por "presiones" y por miedo. ¿Han oído hablar de los lobis?

Y ahora, que si los presos no salen de la cárcel no se negocia, que si España es franquista, que si la gente tiene que salir a la calle como si Torra fuese Luther King (blanco y más bajito) ¿Pueden mirar a casa y que nadie les 'presione' nunca más? ¿Pueden decir que se han equivocado? Mi saludo afectuoso a los que estáis dentro.

Fuente: EL PERIÓDICO
Autor: Xavier Sardà
 
 
 

PENSAMIENTO









“La censura es la forma más canallesca y cobarde de mentir”
M.M.